CULTURA

El adiós de Raymond Carver

Fue uno de los cuentistas que más influyó a los escritores norteamericanos de su generación.

Aquel 2 de agosto de 1988, la esposa de Raymond Carver, Tess Gallagaher, estaba a su lado como desde el primer día en que él cayó postrado en cama, enfermo terminal de cáncer de pulmón. Los dos estuvieron de acuerdo: nada más triste que morir en una cama de hospital.

Aquella noche vieron una película. Ojos negros, una película protagonizada por Marcello Mastroianni y basada en relatos del autor preferido de Raymond: Antón Chejov. Ya la habían visto, pero tácitamente acordaron volver a verla. Quizá con la clarividencia de adivinar que se trataba de la última vez. Luego, ella trajo dos vasos de whisky. “¿Por qué brindamos?”, quiso saber él. Ella lo miró a los ojos y le prometió viajar a Rusia, a visitar la tumba de Chéjov. Los dos sabían que ya no había tiempo. Carver sonrió: “Estaré allí antes que tú. Ahora viajo más deprisa”. Como si esas palabras se hubieran llevado sus últimas fuerzas, apoyó la cabeza en la almohada y cerró los ojos con una sonrisa.

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