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El cacique mapuche que vivió en La Plata

Inakayal fue uno de los más célebres jefes aborígenes de estas tierras. Pasó sus últimos años en nuestra ciudad.

En las primeras décadas del siglo XIX, la presencia del estado argentino en la Patagonia y una gran parte de La Pampa era escasa. El cacique Inakayal pertenecía a una de las tantas comunidades originarias que durante el año recorrían los territorios ubicados entre el río Kalefú al norte y el río Chubut en el sur, en procura de animales para cazar y alimentarse. Tanto en su recorrido histórico como en su modo de vida -y hasta en el contenido de sus cartas- siempre prevaleció su identificación con el pueblo mapuche.

Nacido alrededor de 1830, Inakayal pertenecía a una familia del valle de Tecka, en la actual provincia de Chubut, y había prometido fidelidad a la bandera argentina junto al cacique tehuelche Casimiro Bigua, en lo que se conoce como la primera jura de ese pabellón de la Patagonia. Desde chico siguió los pasos de su padre y se convirtió en experto jinete y hábil cazador, y aprendió a amar la tierra tanto como a su propia vida. Fue uno de los jefes indios que mejor recibieron a los blancos que atravesaban su territorio. Pero en 1884, cuando la campaña del desierto que redujo a las tribus hostiles al gobierno de Buenos Aires había llegado a su fin, Inakayal –que fue uno de los caciques que más resistencia opuso al ejército del general Roca, siendo el último en entregarse- fue capturado y enviado a la capital argentina en un confuso episodio. En esa época, grupo más o menos numerosos rodeaban a los jefes aborígenes de mayor prestigio, que no desperdiciaban oportunidad para mostrar sus hábitos de rapiña. El asesinato de tres pobladores de la colonia Rawson fue la causa inmediata para que se designara al teniente coronel Vicente Lasciar, con una tropa de 50 hombres, para proteger aquel poblado. Se asentaron en el paraje conocido con el nombre de Corral Charmata, lugar de paso de los indios hacia las colonias galesas del Chubut, con los cuales comerciaban.

Durante un encuentro que mantuvieron Ñirihau, cerca de la actual San Carlos de Bariloche, Inakayal le transmitió al general del ejército argentino, Conrado Villegas, un testimonio que pasaría a la historia grande de nuestro país: “Hemos crecido y vivido en nuestra propia tierra, que nos legaron nuestros mayores. Nacimos en las soledades de los bosques, estamos acostumbrados a vivir en el silencio de los campos. No queremos dejarlos. ¿Por qué quieren llevarnos a otros lugares, por qué quieren obligarnos a aprender una religión distinta de la nuestra? Sería condenarnos a sufrir, aceleraría nuestra muerte en las pocas lunas que nos quedan de vida”.

Existen dos versiones sobre los hechos que llevaron a la captura de Inakayal. Los militares cuentan que los indios irritados por la actitud de los soldados, se dirigieron de nuevo al fortín, con la intención de atacarlo. Inakayal comandaba a estos aborígenes junto con el cacique Foyel. Pero cuando llegaron, al verse superados en armamentos, ambos decidieron deponer de toda manifestación hostil y se presentaron en son de paz, aduciendo que lo hacían para prestar acatamiento al gobierno. Aceptadas estas explicaciones, los indios pidieron regresar a los toldos para traer a las pequeñas tribus que restaban.

Inakayal vivió en La Plata durante tres años. Ya no se movía de su silla de anciano cuando, sostenido por dos indios, apareció un atardecer en la escalera. Clemente Onelli, asistente de Francisco Moreno, cuenta que "se arrancó la ropa, la del invasor de su patria, desnudó su torso, dorado como metal corintio, hizo un ademán al sol, otro larguísimo hacia el sur y habló palabras desconocidas para quien no entiende el idioma tehuelche". Quizá pidió protección para su pueblo y para sus tierras, que ya eran propiedad de estancieros ingleses. Esa misma noche del 24 de Septiembre de 1888, Inakayal murió.

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