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El fabricante de armas que se hizo pacifista

Bernard Benson fue un hombre que se hizo millonario ideando maneras más eficaces de matar al prójimo, que un día llamó a parar la industria armamentista.

Bernard Benson nació en Gran Bretaña el 28 de enero de 1922. A los 14 años bosquejó las bases de las computadoras tal como las conocemos ahora, y obtuvo la patente. Tres años después, proyectó la guerra aérea por pantallas. Diseñó un proyectil autopropulsado para desplazarse por debajo del agua y dotado de cabeza “inteligente”. Tenía entonces veinte años. Más problemática fue su adjudicación del invento del ala delta. Un aparato construido para planear y volar sin motor. En 1948, un ingeniero de la Nasa, Francis Rogallo, había inventado el ala flexible a la que dio su propio nombre y que la Nasa utilizó como base para sus paracaídas controlables. Sin embargo, con pequeñas modificaciones, Bernard Benson inscribió a su nombre su modelo y se hizo rico.

Luego de ser piloto de combate durante la Segunda Guerra Mundial, trabajó en el diseño de los primeros misiles británicos. La industria bélica ofrecía enormes perspectivas a esta mente creativa y sin demasiados escrúpulos. Así que decidió mudarse a la capital mundial del armamentismo, los Estados Unidos. Trabajó en el diseño del caza Douglas F4D Skyray y en un tipo nuevo de misiles. A principios de los 50, fundó su propia empresa proveedora de armas. Su gran manejo de la computación redundaba en la precisión de sus creaciones. Hizo más plata de la que jamás soñó.

Consciente de la peligrosidad del mundo –peligro a cuyo sostenimiento no era ajeno–, hizo construir un refugio atómico para su familia –esposa y diez hijos–. Un buen día, para sorpresa de todos, dijo en una entrevista: “Quiero dedicar el resto de mi vida a ser útil”. Y escribió El libro de la Paz.

Su primer libro, The Minstrel, era una alegoría sobre Elvis Presley, que al poco tiempo de publicado salió de las vitrinas de las librerías. El éxito como escritor le llegó con El libro de la paz, la historia de un niño que consiguió que se declarara la paz en el planeta Tierra. Esta historia fue traducida a veinte idiomas, y dio pie al nacimiento de numerosas ONG que dicen bregar por la paz en el mundo. La primera crítica literaria que Benson recibió por su libro no fue en un periódico, sino que le llegó en una carta entusiasta de Mohamed Anwar al Sadat, presidente de Egipto que fuera asesinado en 1981.

A partir de El libro de la paz, las diversas actividades de Bernard Benson cambiaron radicalmente. Pasaba los días escribiéndole cartas a los principales líderes del mundo reclamándoles la cincomillonésima parte de lo que gastaban en armas para que lo dedicaran a crear consciencia por la paz a escala universal. Llevó adelante muchísimas campañas, una de ellas en Escocia, en donde erigió una enorme balanza, en uno de cuyos platillos puso la reproducción de un misil Trident y del otro, las cartas que los escoceses enviarían después a la primera ministra británica contra esos misiles que se estaban fabricando en el país. Pero su proyecto más ambicioso era “avisar a los 4.000 millones de personas que desean la paz” –cantidad de habitantes que el mundo tenía por entonces–, para que “a un día, a una hora determinada, salgan a la calle con una vela encendida y, a través de un satélite con rayos infrarrojos, demostrar a los dirigentes del mundo los millones y millones de personas que quieren vivir en la paz”.

Nadie pudo explicar la paradoja de ese fabricante de armas que, repentinamente, había decidido tener la aureola de un misionero. Alguna vez trató de trazar la parábola de su vida: “En la Segunda Guerra Mundial fui piloto de la RAF y, entonces, de la guerra yo solo sabía que había que ganarla, lo que supongo no era demasiado inteligente por mi parte. A partir de 1946 trabajé en lo que entonces parecía un juego, los ordenadores, e inventé el torpedo de cabeza buscadora y lo que fue el origen de lo que ahora son los misiles. También inventé, el ala delta de los aviones de combate y el gobierno británico puso mi nombre a otra serie de patentes relacionadas con la informática bélica. Pero me di cuenta de que todo el avance tecnológico solo servía al campo militar y que era un contrasentido”.

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