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El hombre que inspiró Las cosas del querer

Miguel de Molina fue un cantor y bailarín español que popularizó el flamenco en nuestras tierras, y que fue perseguido por dictaduras de España y Argentina.

Miguel de Molina vivió sus últimos años en el barrio de Belgrano, en una casona de aire andaluz, entre muebles de estilo, colecciones de marfiles chinos, abanicos y fotos de toreros y bailarines famosos. Había nacido en Málaga el 10 de abril de 1908, hijo de una ama de casa y un capataz de una fundición de plomo. Un día, fue a ver el espectáculo de una bailarina, Salud Rubí. Cuando su padre se enteró, le pegó una bofetada. Miguel decidió irse de su casa. Tenía nueve años. Se ganaba la vida ayudando a cargar víveres en los barcos. Decía que era huérfano. Lo empleaban para cualquier recado. Se sumó a una caravana de gitanos y allí decidió que quería dedicarse al baile. Los gitanos le enseñaron a robar gallinas para poder comer, y se hizo experto en el arte de la sobrevivencia. Tenía un solo objetivo: ser un artista famoso para regresar a su casa y sacar a su familia de la pobreza.

Debutó en Madrid con una bailarina famosa en la época, Soledad Miralles. Bailaban trozos de la obra de Manuel de Falla, El amor brujo. Fue tal el éxito que llenaban los teatros todos los días. Comenzaron a contratarlo fuera de España. Cuando estalló la Guerra Civil ya era una figura de primer orden. Hacía temporadas en el Teatro de la Zarzuela de Madrid. Su nombre encabezaba la cartelera.

Con la Guerra Civil, Miguel de Molina se movilizó en el batallón de transporte. Iba a entretener al frente a las tropas y hacía funciones en los hospitales. Durante la guerra creció su popularidad a tal grado que hasta las consignas de los puestos de mando y centinelas se hacían en base a sus canciones. Con el triunfo del franquismo se vio forzado a irse de España, acusado de “marica y rojo”. Llegó a Argentina integrando la compañía de Lola Membrives. En nuestro país ya era conocido por sus películas y discos. Su debut en Buenos Aires fue inolvidable. Se produjo en noviembre de 1942: “Encontrarme en este país con tanta paz, me dio un nuevo impulso”, dijo. Empezó a hacer espectáculos como primera figura. En el Teatro Avenida se colgaba todas las noches el cartel de: “No hay más localidades”. Eva Perón lo hizo trabajar en un festival organizado por su Fundación en el Teatro Colón. Ese vínculo con Eva le costó cargo a Miguel de Molina: durante la dictadura que derrocó al peronismo fue detenido en medio de una función y allanado su departamento. Se lo desterró y se subastaron sus muebles -incluyendo un telón de felpa y raso, y todo el vestuario de su compañía-. Alfredo Arias reconstruyó la relación entre Miguel de Molina y Evita, en la obra teatral “Tatuaje”, que se estrenó en París en el 2010. Miguel de Molina iba todas las noches con Pepe Arias a comer en El Tropezón.

La noche que debutó con su espectáculo en el Teatro Odeón, recibió un telegrama de España, su madre había muerto: “Igual tuve que trabajar, porque ésa es la ley del teatro: El espectáculo debe continuar”. Llegó a comprar el Teatro Odeón. Vivía en un departamento de la calle Arenales, asistido por un matrimonio de empleados japoneses. Inauguró la sala de espectáculos del Teatro Provincial de Mar del Plata. Hizo llevar todo el equipo del Teatro Argentino de La Plata. Conocía nuestra ciudad por ser un habitué de esa sala. Lo contrataron para actuar en Punta del Este, donde hizo mucha plata pero la perdió toda a la ruleta. Fue en Punta del Este donde Carlos Petit lo convenció para hacer una película producida por Argentina Sono Film, Esta es mi vida. Era una sucesión de cuadros con un hilo argumental. Le llovían propuestas de volver a España, pero prefería quedarse en nuestro país: “Aquí tenía mi mundo hecho, mis amigos y sobre todo mi paz, que no la cambio por nada en el mundo. Soy incapaz de renegar de España. Pero no renunciaré jamás a mi gratitud a este país maravilloso”.

Ojos verdes, La bien pagá, La hija de don Juan Alba, son algunas de las canciones que resonarán por siempre en la voz de blusas de seda y movimientos seductores, que quedó retratado de manera inolvidable en la película Las cosas del querer, de 1989, con Manuel Bandera y Angela Molina.

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