CULTURA

Endurance: un naufragio de leyenda

En el otoño de 1915, un barco de exploración polar se hundió frente a la costa de la Antártida. Cien años después fue encontrado y se pudo reconstruir la tragedia.

"Se buscan hombres para viaje peligroso. Sueldo escaso. Frío extremo. Largos meses de completa oscuridad. Peligro constante. No se asegura el regreso. Honor y reconocimiento en caso de éxito”, rezaba un anuncio publicado en el Times a comienzos de 1914. Emprender un viaje a la Antártida es aventurarse a una dimensión infinitamente grande y misteriosa. Es sabido que se trata de un lugar prácticamente recóndito. De hecho, es casi dos veces más grande que Oceanía, alrededor del 98% de su superficie está cubierta de hielo y rodeada por el océano Austral. Este mar tiene una profundidad de 3.270 metros y llega en algunos puntos a más de 7.000. Sus plataformas de hielo cubren más de 1,5 millones de kilómetros cuadrados de la plataforma continental antártica, pero solo se ha estudiado un área total similar en tamaño a una cancha de tenis.

En esa tierra incógnita, el Endurance fue considerado un barco perdido por más de un siglo. Hacia fines de 1914, el navío partió de la isla de Georgia del Sur, en el Atlántico Sur, en un viaje de la Expedición Imperial Transantártica, considerada la última gran travesía de la “era heroica”, encabezada por el carismático viajero y explorador irlandés Ernest Shackleton, quien soñaba con ser el primer ser humano en atravesar a pie el Continente Blanco.

La aventura duró dos años y resultó un absoluto fracaso. Partieron ya con malos augurios, pues justo antes de zarpar estalló la Primera Guerra Mundial y, de hecho, ­Shackleton había ofrecido el Endurance a la Marina Real para ir a pelear contra los alemanes. Con 28 hombres a bordo, el barco quedó atrapado por la banquisa –capa de hielo que aparece por la congelación del agua–, a la deriva sin poder alcanzar las costas antárticas. Triturado por la presión de los hielos, el navío se hundió en el mar de Weddell el 21 de noviembre de 1914 ante los ojos de la consternada tripulación. La goleta de tres palos y 44 metros estuvo bloqueada durante meses, se fue rompiendo poco a poco y terminó sumergiéndose a 3.000 metros de profundidad. Los sobrevivientes salvaron lo poco que pudieron; se perdió casi todo el equipo y tuvieron que sacrificar a los perros para poder alimentarse.

Ante la certeza de que nadie acudiría a salvarlos, Ernest Shackleton se embarcó en una audaz travesía en busca de ayuda. “Es difícil decir lo que siento”, anotó el explorador en su diario. “Para un marino, su barco es más que un hogar flotante. Ahora crujiendo y temblando, su madera se rompe, sus heridas se abren y va abandonando lentamente la vida en el comienzo mismo de su carrera”, se lamentaba. Mientras que otros tripulantes apuntaban que los ruidos de la presión del hielo contra el casco “parecían los gritos de una criatura viva”.

Transportando sus pocas pertenencias en trineos y con el mínimo de raciones de alimento, Shackleton partió hacia la inhóspita y gélida isla Elefante, frente a la península antártica. A veces caminando, otras a bordo de un rezagado bote, recorrió la torturada superficie helada de Weddell. Finalmente, logró dar alarma y regresó unos meses después para rescatar al resto de la tripulación. Pero la incursión no había terminado allí. A bordo de la embarcación que solo medía 6,7 metros de largo, los miembros de la expedición se lanzaron en las azarosas aguas del Pasaje de Drake, en una singladura cuyo perímetro de 1.280 kilómetros la convertía en algo peor que incierta. Su objetivo era la isla de San Pedro, donde entonces había una base ballenera. Afortunadamente, 16 días más tarde, ya sin una gota de agua para beber, alcanzaron la isla de Georgia del Sur. Todos los tripulantes del Endurance –que en inglés significa “resistencia”– sobrevivieron. Su historia se volvió legendaria por las condiciones de extrema necesidad a las cuales estuvieron sometidos en la banquisa.

Los restos hallados 107 años después

Los restos del mítico barco fueron hallados 107 años después de su hundimiento, a unas cuatro millas al sur de la posición que el entonces capitán del navío, Frank Worsley, había registrado antes de que la tripulación tuviera que abandonarlo, al quedar atrapado en el hielo.

“Se mantiene erguido, muy orgulloso en el lecho marino, intacto, en un fantástico estado de conservación”, describió Mensun Bound, director de la misión organizada por el Maritime Heritage Trust. “Incluso se puede leer su nombre Endurance en un arco en la popa”, añadió.

La National Geographic hizo un documental sobre este hallazgo, en el que se pueden ver imágenes transmitidas a través de vehículos submarinos autónomos desde unos tres kilómetros de profundidad. Mientras la cámara se desliza por la cubierta de madera del barco, el video capta cuerdas centenarias, herramientas, ojos de buey, barandillas (incluso los mástiles y el timón), todo ello en perfecto estado de conservación gracias a las bajísimas temperaturas, la ausencia de luz y la escasez de oxígeno en ese cementerio acuático.

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