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Entre el espionaje industrial y la emulación comercial

Un farmacéutico norteamericano dio con la fórmula de una gaseosa que pronto fue aceptada mundialmente, aunque todos la consideraban una imitación.

Hasta cierta noche decisiva de 1898, el boticario Caleb Bradham decía que todo su trabajo era producto de hechos fortuitos. Por entonces, trabajaba en una droguería de New Bern, Carolina del Norte, y en su tiempo libre comenzó a experimentar con distintos jarabes para crear su propia bebida, inspirándose en la Coca-Cola. Con el calificativo de “medicina” y no como brebaje dulce, aquel invento se convirtió en lo que todos conocemos como Pepsi-Cola, cuyo nombre es el fruto de la combinación de los términos “pepsina”, una enzima digestiva que se forma en el estómago, y “cola”, derivado de la nuez de cola.

Una década atrás, el farmacéutico John Pemberton se había propuesto lograr un jarabe tonificante que aliviara el dolor de cabeza y los efectos de la borrachera. Descartó el alcohol y se sumergió en una búsqueda de hierbas y frutas antes desdeñadas. Así descubrió, sin saberlo, lo que sería el más emblemático símbolo del capitalismo moderno, la Coca-Cola. Sin embargo, lejos de imponerse solitariamente, pronto emergerían nuevos competidores. Hacia fines de 1949, un rival sacudió los cimientos de la compañía de Atlanta: Pepsi.

A principios del siglo pasado, Bradham ya había patentado la fórmula y empezado a comercializarla en botellas de vidrio. Si bien su empresa basó gran parte de su publicidad en “la novedad” o en “la juventud”, lo cierto es que no hay demasiada información sobre el primer lanzamiento del producto. No obstante, se hablaba cada vez con mayor asiduidad sobre que un empleado de Pemberton había huido con la fórmula creando uno de los primeros hechos de espionaje industrial de la historia capitalista. Pero un simple paladeo de ambas bebidas rendía inmediata cuenta de la falsedad de la acusación: Pepsi era un producto tan original como la Coca-Cola.

A pesar de que la escasez de azúcar, luego de la Primera Guerra Mundial, sumada a la depresión general de la economía norteamericana, habían empujado a Pepsi cerca de la quiebra, la empresa lograría dar un gran golpe en 1949. Desde entonces, aprovechó incansablemente cada hueco en el mercado que dejaba su competidora. Su campaña “Dos veces más por cinco centavos”( que significaba la mitad de precio) le dio cierto renombre, y Robert Woodruff, el director de Coca-Cola, sostenía que la enclenque vida de Pepsi era saludable para su criatura, porque cubría la franja de competencia obligada para cada líder, pero sin inquietarlo.

Todo cambió el día que Alfred Steel, vicepresidente de Coke, cayó en desgracia a los ojos de su patrón, y como corolario de su derrumbe organizó una enorme celebración con el propósito de relanzar la venta de la bebida en Estados Unidos. El periodista Osvaldo Soriano contó que en aquella oportunidad, en medio del discurso de Woodruff, los parlantes dejaron de funcionar y el rey de la compañía no pudo terminar su alocución, por lo que Steel se encontró a la brevedad con los pies en la calle.

La revancha

Lo cierto es que Steel buscó trabajo en Pepsi, ocupó el cargo de presidente de la empresa y se llevó consigo a 15 ejecutivos de Coca-Cola. Ese equipo de recién llegados revolucionó el estilo de trabajo en Carolina del Norte y le dio una impronta nueva. Luego de trabajosas encuestas, Steel decidió personalizar su producto, puesto que Coca trabajaba con un vago espectro definido como “todos los americanos”.

Pepsi creó su propia botella y lanzó una campaña agresiva: su publicidad insistía en que su rival estaba llena de azúcar y perjudicaba la salud. El público respondió y el gigante acusó el golpe. Pero, de inmediato, Pepsi lanzaría su estocada final: creó la botella familiar. Coca-Cola se vio obligada a incorporar la suya. Y luego llegarían, salvadores, el rock y el twist, con figuras como Elvis Presley y Tom Jones, quienes grabarían inolvidables jingles. No obstante, Pepsi se salvaría para siempre, ocupando cómodamente el segundo lugar en una competencia que para entonces había comenzado a arder por el mundo entero.

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