Cultura

Ernesto Sábato y una historia de amor platense

El gran amor de la vida del escritor era de la ciudad de La Plata. Y fue en nuestra ciudad donde empezó todo.

Todo comenzó en La Plata. En los años en que Ernesto Sábato estudiaba Física en nuestra ciudad, se reunía con grupos anarquistas y comunistas a discutir interminablemente. Una noche de otoño de 1933, en casa de Hilda Schiller, hija del geólogo platense Walter Schiller, Sábato estaba dando un curso sobre marxismo. Dio un respingo cuando descubrió a esa chica que lo miraba con sus grandes ojos fijos en él: “Como si yo –pobre de mí– fuese una especie de divinidad”. A partir de allí, cada vez que remataba una frase la miraba a ella, para cosechar su aprobación. Esa chica, que aún cursaba la secundaria en el Liceo, era Matilde Kusminsky Richter, quien terminaría siendo el amor de su vida. Tres años después de aquel primer encuentro, se casaron siendo ella menor de edad, por lo cual tuvo que requerir la autorización de un juez de Menores. La familia de ella miraba la relación con suspicacia, no tanto por la diferencia de edad –Ernesto era cinco años mayor–, sino por la disparidad de temperamento y las maneras estrafalarias de Sábato.

Matilde le confió alguna vez a la periodista Julia Costenla, autora de Ernesto Sábato, el hombre: “Fue todo bastante complejo. Se combinaron muchas cosas. Era un momento de cambios cruciales en mi vida, un momento en el que se mezclaba el amor que despertaba en mí un ser tan personal, de una inteligencia que me había encandilado y que al mismo tiempo me conmovía por su apasionada sensibilidad y las ansias de remediar males ancestrales”.

Al poco tiempo de nacer su primer hijo se radicaron en París, gracias a una beca sobre radiaciones atómicas otorgada por el Laboratorio Curie, y en 1940 volvieron al país. Ernesto Sábato tomó dos decisiones que cambiaron drásticamente su vida: apartarse del mundo de la ciencia y romper con su militancia comunista. Ella fue la que lo apuntaló cuando caía en sus frecuentes depresiones, cuando vacilaba en ese terreno incierto que había elegido como nuevo escenario de su vida. Se retiraron a una modesta cabaña en las cercanías de Carlos Paz, en Córdoba. Matilde salvó del fuego los manuscritos de El túnel, la primera novela de Sábato, y lo instó a publicarla.

Si bien se consideraba un espíritu religioso, el escritor, por su formación científica, descreía de los dogmas, de las estructuras eclesiásticas y de las imposiciones de la fe. Sin embargo, por pedido de Matilde, aceptó que monseñor Laguna bendijera al matrimonio en su intimidad.

Cuando ella se enfermó, la casa de Santos Lugares se convirtió en un barco desarbolado, Ernesto Sábato ya no era el capitán, sino solo alguien que se adivinaba náufrago. Más de una vez él había dicho que sin Matilde nunca hubiera podido ser quien es. Ahora que ella estaba postrada, apagándose irreparablemente, él no sabía cómo seguir siendo.

El legado familiar

Tuvieron dos hijos, Jorge Federico y Mario, y seis nietos. Jorge nació en La Plata el 25 de mayo de 1938, y sería luego un abogado con posgrado en La Sorbona, que se desempeñó como vicecanciller y ministro de Educación durante el gobierno de Raúl Alfonsín. Murió a los 56 años en un accidente automovilístico. Mario es cineasta, hizo unas 15 películas, dos de las cuales fueron dedicadas a su padre: El poder de las tinieblas, adaptación de Informe sobre ciegos, y un documental, Ernesto Sábato, mi padre.

En uno de sus poemas, Matilde dice: “Reposaré ante la mirada de los otros / en un cajón de madera. / Una cruz / desdeñada por mis antepasados /me amparará. Murió el último día de septiembre de 1998. Ernesto no asistió a su entierro en el cementerio de Pilar. Ella quedaría en la parcela 28 del sector denominado Fresnos, junto al sitio donde en 1995 se inhumaron los restos de Jorge Sábato, el hijo fallecido en un accidente. Ernesto Sábato prefirió hundirse en el silencio sagrado ante el misterio final. Quedarse a solas con su recuerdo era una manera de hurtársela a la muerte.

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