cultura

Ezequiel Martínez Estrada y el Colegio Nacional de La Plata

El ensayista fue profesor en nuestra ciudad durante más de dos décadas. Al retirarse, sus exalumnos le escribieron una carta, cuya respuesta derivó en una estimulante pieza teórica.

Nació en Santa Fe en 1895, y llegó a ser uno de los mayores ensayistas latinoamericanos. Su obra es fuente inagotable de ideas para pensar nuestro país y su compleja realidad. Cuando comenzó su tarea docente en La Plata había publicado dos libros de poemas, pero durante el tiempo que trabajó en nuestra ciudad escribió otros tres libros en verso, una obra de teatro, una novela y dos de sus ensayos principales, Radiografía de la pampa y La cabeza de Goliath.

Le gustaba caminar por el bosque respirando el olor medicinal de los eucaliptos, sentarse sobre la tierra, contra un árbol, a leer esos libros que creía invulnerables como la eternidad y que le permitían escaparse de una realidad que adolecía de irrealidad.

Su primera clase en el Colegio Nacional de La Plata fue en el año 1924, y viajaba de Buenos Aires diariamente en tren para ponerse al frente del aula, hasta el año 1945. Al retirarse, sus estudiantes de sexto año le escribieron:

“Cuando un profesor ha sobrepasado la esfera de sus funciones específicas y ha logrado conquistar entre la masa estudiantil el calificativo de maestro, su ausencia deja un claro en la vida a que pertenece que obliga a quienes lo conocen como alumnos a otorgar un saludo que, al adquirir las formas de cordial recuerdo, estimule las ansias del retorno. Sus alumnos del 6° año del Colegio Nacional de La Plata hacemos votos por la pronta desaparición de las causas que lo alejan hoy de nuestras aulas y sintetizamos nuestro afectuoso reconocimiento en un… ¡Hasta pronto, maestro!”.

Martínez Estrada, en respuesta, escribe a sus exalumnos, con fecha 7 de julio de 1945, una carta conmovida, en la que dice pensar diariamente en ellos, representándoselos como unidad indivisible en la pluralidad de nombres, rostros, voces y sitios, y agrega: “Formábamos de verdad una familia en el seno de otra familia más numerosa, en el seno de otra familia todavía mayor. No nos reuníamos por razones de tareas, de horarios, de deberes; era inevitable que así sucediera, pues nuestro compromiso de encontrarnos provenía más bien de que estábamos obligados a convivir la vida del espíritu, en que poco tenían que ver el colegio y los libros. Eso se había decidido en otra parte. Colegio y libros eran instrumentos circunstanciales y materiales para aquel encuentro del que resultaba una comunión de espíritus que también podía ser llamada clase, estudio o de cualquier otro modo”.

Allí también aparecía la certeza de que maestro y alumnos habían construido un mundo mucho más cierto que el de la calle y las casas: “Un mundo en que también convivían con nosotros grandes hombres, grandes obras, grandes ideas, grandes sentimientos, universales y eternos. Todo lo que pudo habernos separado y hasta haber hecho imposible que jamás nos halláramos concurrió precisamente para unirnos, conocernos y amarnos”.

En tono cómplice, recuerda que no seguían al pie de la letra el programa de estudios, sino que tomaban lo que los llevaba a comprender y admirar a Baudelaire, Poe, Whitman y Mallarmé, como un modo de escaparse del “colegio y de los libros a un mundo en que éramos todos amigos muy viejos, en que hacíamos de nuestros espíritus un muro infranqueable para la otra realidad de los pasillos y de los celadores”.

La carta –como todos sus escritos– es una pieza teórica que estimula el pensamiento y obliga a ir más lejos. Confiesa que dando clases él se sentía también un alumno que asistía a un mundo prodigioso: “No lo olvidemos. Buscábamos todos, a través de los órganos de pensar y sentir, encontrarnos a nosotros mismos en nuestra condición de hombres, con más conciencia y en más sazonada plenitud. Creían los de fuera que estábamos estudiando, ¡y nos estábamos formando, corrigiendo, nutriéndonos de alimentos que nos han dado esta salud de la amistad!”.
Esa ligazón tan entrañable quiso materializarla en Compendio de clases dictadas en el Colegio Nacional de La Plata, libro que lamentablemente no fue publicado.

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