cultura
Juan Carlos Distéfano, el escultor de la memoria
La potencia de sus piezas provoca un efecto de monumentalidad destacado por los críticos que han admirado sus obras en numerosas muestras internacionales.
Es escultor, pintor, diseñador gráfico y una de las figuras más reconocidas en su métier a nivel internacional. No existían en su familia, sin embargo, personas relacionadas con la pintura. La versión adolescente de Juan Carlos Distéfano descubrió a qué se iba a dedicar en el futuro observando un cuadro de Cleopatra desnuda y esplendorosa ante la proximidad de la muerte que le infligiría el áspid posado sobre sus senos. Aquel recuerdo se inmortalizó en su imaginación como una verdadera epifanía capaz de constituir algo indeleble.
Nacido en Villa Celina, en 1933, Distéfano se crió en un barrio de extensos potreros y baldíos que separaban unas casas de las otras. Su familia había decidido poner allí un almacén de ramos generales. Pronto su padre lo envió a aprender un oficio ligado a su futura profesión: diseño, encuadernación, tipografía, offset, litografía. De ahí, egresó como diseñador gráfico, después de cinco años de estudio en jornadas de doble turno, en las que disfrutó de enseñanzas de maestros de la talla de Luis Barragán, Vicente Forte y José Manuel Moraña.
“Barragán fue un magnífico pintor y maestro –narró Distéfano al periodista Alberto Catena–. Conocerlo me produjo mi segundo deslumbramiento. Del mismo modo que Moraña y Forte eran artistas de primer orden, pero lo más importante de sus clases era aquello que remitía a lo humano”. No es que Distéfano desprecie la técnica, ni que considere de poco valor lo que le transmitió esa categoría de conocimientos, pero supo darse cuenta de que, lo que constituyeron sus maestros, fue –ante todo– un ejemplo de vida. Ajeno por completo al canto de sirena del cotillón mediático y comercial, la existencia de este artista está dedicada en cuerpo y alma a su pasión creadora, que nació del ejercicio cotidiano, silencioso y solitario en su taller.
La primera influencia que tuvo como artista plástico vino de la neofiguración, una vertiente que le permitió abordar lo real desde una mirada crispada por lo onírico y cargada por las transfiguraciones de lo poético. El descubrimiento de las obras de varios exponentes del país –Rómulo Macció, Ernesto Deira, entre otros– provocó un impacto en su manera de reflejar el mundo. En ese marco, el arte plástico próximo de los años cincuenta se abrió en Argentina a nuevos horizontes, no sin generar en los sectores más tradicionales una enorme resistencia.
No obstante, sintetizar la poderosa obra de Distéfano a la neofiguración –con la que tomó contacto en la época que organizó el Departamento de Diseño Gráfico del Instituto di Tella– sería reduccionista, sobre todo a partir de 1967, cuando comenzó a volcarse de lleno hacia la escultura. Ese mismo año, junto a David Lamelas y Emilio Renart, conformó la representación nacional en la Bienal de San Pablo. Allí se pretendió censurar su obra Tres versiones que, sin embargo, permanecería en exhibición, gracias al apoyo de Renart y Julio Le Parc, invitado especial en esa ocasión.
Martha Nanni, curadora de la muestra integral que el artista realizó en 1998 en el Museo Nacional de Bellas Artes, escribió en un artículo llamado Abismos privados, infiernos cotidiandos: “Su potente perfil artístico trasciende tipologías y mutaciones a las que estos tiempos son afectos. Es un solitario que por décadas ha creado una obra única, apartada de modas, grupos o tendencias. Su experiencia creativa no tiene tradición en la cultura argentina. Recurre a un inventario de formas que le proveen la historia del arte, anónimos escultores egipcios, etruscos, aztecas, Luca Signorelli o Van Gogh”.
Para Distéfano, la escultura es incómoda, ocupa lugar. Incluso, está convencido de su poder de trascendencia: “Por supuesto que son válidas las instalaciones y todo lo que se haga como apertura, pero es como el dibujo, que va a permanecer hasta el fin de los tiempos, porque es una forma poética”.
Desde hace muchos años comparte su vida con la gran escritora Griselda Gambaro, que pese haber superado ambos los noventa años, mantienen viva su profunda capacidad de seguir iluminándonos.