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La lucha de los esclavos argentinos por su libertad

Aproximadamente el 30% de la población que había en nuestro país en la época de la Revolución de Mayo vivía bajo el régimen de la esclavitud.

En 1810, Viviana Casero era esclava. Era una condición impuesta a personas capturadas en el continente africano, trasladadas a las Américas, rebautizadas y transformadas en mercancías. Viviana era mulata y como su madre, María Agueda, era esclava de don Antonio Casero. Por entonces, ser esclava en Buenos Aires no era situación excepcional ni acotada, porque los porteños con mediano o alto poder adquisitivo adquirían esclavos con diversos fines: principalmente para el servicio doméstico.

Viviana creció en la casa de don Antonio Casero sabiendo que algún día sería libre. Lo sabía porque Casero, en cada uno de sus testamentos, había prometido que la liberaría luego de su muerte. Cuando el deceso ocurrió, en 1811, Viviana tomó su carta de libertad. Con el papel en mano y su pequeña hija en brazos partió. Sin embargo, doña Victoria Rocha, la viuda de Casero, se presentó a la justicia reclamando que “no era regular ni justo que yo me viera privada de esta esclava que legítimamente me pertenece”.

Pero Viviana tenía sueños y los defendería. Tramitó rápido su declaración de pobreza para que el defensor público pudiera ayudarla. Pidieron los distintos testamentos de Casero. Viviana había cumplido su parte -ser una esclava sumisa- pero lo que no pudo calcular fue un cambio de última hora: un testamento nuevo antes de morir suscripto por su amo y donde el futuro de su hija quedaba entrampado en la nueva cláusula once. Viviana no se rindió. Batalló, con más fortuna que otras madres, ya que logró permanecer con su hija casi todo el tiempo del proceso. Cuando doña Victoria pidió que se la sacasen y encontró un juez que lo autorizó, Viviana se resistió: “contestó que ella no largaba a su hija” y terminó por llevarla ella misma a la casa designada. Sin demora consiguió ayuda para escribirle al juez diciendo que con ese golpe “el depósito del bebé no solo se han hollado los sentimientos más claros de la razón y la justicia, sino aun más los de la humanidad, porque es imposible que la tenga quien autoriza la separación de una criatura del regazo de su madre”.

Si se contempla aun más los hechos relatados en el juicio en que se vio involucrada, pueden observarse las formas en las que los cambios que impulsaba la revolución impactaron en el desarrollo de la causa y de su vida. Si al inicio de la revolución la retórica de la esclavitud funcionó como una metáfora para denunciarla sujeción política a España, poco a poco se abrió un espacio para discutir la legitimidad de la esclavitud: la institución que transformaba a las personas en cosas. Viviana había desplegado todos los recursos a su mano para proteger a su hija, para sostener a su familia unida. La revolución había soplado vientos de cambios y ella los supo orientar a su favor.

El primer país sudamericano en declarar la libertad de vientres fue Chile, en 1811 (y su abolición en 1823), mientras que en las Provincias Unidas se declaró el 31 de enero de 1813. En Colombia, se abolió la esclavitud en 1821; Uruguay, en 1828; en 1854 en el Perú; en 1865 en Estados Unidos (después de una feroz guerra civil); en Puerto Rico, en 1873; y en España fue en 1886, dictamen que también se extendió a Cuba, por entonces una colonia española. Brasil lo hizo en 1888.

La libertad de vientres, declarada en 1813 en las Provincias Unidas, dejó a muchos jóvenes hijos de esclavos sin una posibilidad de empleo. Como sus padres continuaban en servidumbre, estos jóvenes tenían escasas oportunidades de desarrollo, razón por la cual uno de los pocos oficios con los que podían vivir era como soldados. San Martín, en la cuesta de Chacabuco, había exclamado: "Pobre mis negros". Y es que una fracción importante de los ejércitos patrios estaba constituida por esclavos libertos. El general bien conocía el valor de todos sus hombres, sumados aquellos que había sido esclavos, ya que el célebre sargento Cabral habría sido mulato. También vale recordar al negro Falucho, que se resistió a reincorporarse al ejército realista y expuso su pecho a las balas exclamando "Muero por Buenos Aires". Evidentemente, el concepto de Patria Grande, Argentina, era ajeno a este soldado.

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