CULTURA

La mujer que tuvo que resignarse a ser reina

Ana de Austria fue reina de Francia pero nació en España. Su historia muestra la confusa manera en que se repartía el poder en el siglo XVII.

Como era hija única, el ducado recayó en ella a la muerte de su padre. La sucesión de Bretaña amenazaba a Francia con igual peligro que la sucesión de Borgoña, por lo que Ana de Beaujeu había obligado a Francisco I, en el tratado de Sablé - pocos días antes de su muerte-, a que no casara a Ana sin el consentimiento del rey. Sin embargo, los pretendientes se precipitaron: por una parte, el vizconde de Rohan, Alain, granujiento y padre de ocho hijos, y por otra, Maximiliano de Austria, designado emperador de Alemania y rey de los romanos, lo que resultaba inquietante para Francia.

En medio de este tumulto, Ana tomó una decisión con asombrosa sangre fría para sus 13 años y se casó con Maximiliano por poderes, en secreto. Los Beaujeu fueron informados rápidamente y declararon nulo el matrimonio, que se había efectuado sin el consentimiento del soberano. Lo cierto es que Carlos VIII estaba comprometido, a su vez, con la hija de Maximiliano, pero la importancia de lo que estaba en juego era tal que no se tuvo en cuenta ningún acuerdo. Un ejército real sitió a Rennes, no llegó ningún socorro de Austria, y Ana se resignó a ser reina de Francia.

Su compromiso se declaró inmediatamente después de la entrada del rey a Rennes, ante algunos testigos solamente: Ana de Beaujeu, el duque de Orleans y el canciller de Bretaña. El contrato matrimonial, extendido en Langeais, sirvió como acta de unión personal entre Bretaña y Francia; una cláusula estipulaba que si la reina sobrevivía a Carlos VIII y a sus hijos, no podría “contraer futuras nupcias, salvo con el próximo rey u otro presunto sucesor a la corona”. La boda se celebró el 6 de diciembre de 1491: Carlos tenía 21 años, mientras que Ana no había cumplido aún los 15.

Cuando Carlos VIII murió en 1498, Ana tenía 21 años y sin hijos. Legalmente, ella se vio obligada a casarse con el flamante nuevo rey, Luís XII. Sin embargo, el monarca ya estaba casado con Juana de Francia, hija de Luís XI y la hermana de Carlos VIII. Las circunstancias la forzaron a repudiar a su mujer para poder acceder al trono. Su esposa era tan virtuosa que nunca le había dado motivos para justificar su acción, por lo que optó por comprar la voluntad del cuestionado Papa Borgia, Alejandro VI, quien consintió en una tercera boda real para Ana.

La reina Juana, más allá de sus virtudes, fue sacrificada con tanta más facilidad si se tiene en cuenta que Luis se había casado con ella por obligación. Alejandro VI, que tenía razones personales para ganarse a Luis XI, dio su consentimiento para la anulación del matrimonio. Sin embargo, ya se habían entablado negociaciones entre el rey y Ana, quien, retirada en Bretaña, se mostraba reacia: declaraba que todas las autorizaciones eclesiásticas no podían hacer de ella sino una concubina.

Sin duda, su feroz resistencia tenía por objeto conseguir la autonomía de Bretaña, que para ella se había convertido en una obsesión inclaudicable y que finalmente se vería satisfecha en el nuevo contrato celebrado el 9 de enero de 1499: el ducado correspondería al segundo de los nietos. Ya no era una niña, pero era una reina viuda, y estaba decidida a asegurar el reconocimiento de sus derechos como duquesa soberana de ahora en adelante. A pesar de que su nuevo marido ejercía poderes del soberano de Bretaña, reconoció formalmente su derecho al título de “duquesa de Bretaña” y las decisiones de la emisión en su nombre.

Como duquesa, Ana defendió ferozmente la independencia de su ducado. Arregló el matrimonio de su hija, Claudia, con Carlos de Luxemburgo en 1501, para reforzar la alianza franco-española y asegurar el éxito de Francia en las guerras de Italia. Sin embargo, Luís rompió el matrimonio cuando se hizo probable que Ana no produciría un heredero varón. En cambio, Luís arregló un matrimonio entre Claudia y el heredero al trono de Francia, Francisco de Angulema. Ana, decidida a mantener la independencia de Bretaña, se negó hasta la muerte a sancionar el matrimonio. Los últimos años de la reina Ana de Bretaña estuvieron dedicados a la reforma cortesana, tanto en Bretaña como en París. En ambas cortes, Ana fue mecenas y patrona de artistas, literatos, poetas y escribanos, y como tal aparece en la documentación que hoy se conserva. Una de las joyas de la miniatura francesa es el Libro de Horas de la reina Ana, un precioso manuscrito conservado en la Biblioteca Nacional de París.

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