cultura
La verdadera historia de Jack el Destripador
Fue uno de los asesinos seriales más famosos de todos los tiempos, pero detrás de él se teje una espesa red de complicidades que lleva a la realeza británica.
Ningún asesino ha sido capaz de cautivar la imaginación del público con mayor intensidad que el sujeto desconocido que perpetró la infame cacería humana, la cual tuvo lugar en el barrio londinense de Whitechapel, durante el otoño de 1888. La identidad de este psicópata, un verdadero pionero de lo que serían otros asesinos en serie en el siglo XX, nunca fue descubierta. Sin embargo, existe la sospecha de que los misteriosos asesinatos de este hombre, bautizado para siempre Jack el Destripador, pudieron ser fruto de una conspiración que buscaba enterrar las pruebas de un escándalo que afectaba a la familia real al más alto nivel.
En el cúmulo de pruebas que dejó el caso de Jack el Destripador, existen suficientes indicios para establecer una conexión válida entre la Casa Real y los asesinatos. La mejor fuente de información a propósito de esta teoría procede de un libro publicado por Stephen Knight. Según el autor, el príncipe Albert Victor tuvo un acalorado romance con una joven llamada Annie Elizabeth Crook, empleada de una confitería y modelo ocasional del pintor Walter Sickert. Este fue quien abrió al príncipe las puertas del Londres más licencioso. Annie y el príncipe se casaron en secreto y en 1885 tuvieron una niña a la que bautizaron con el nombre de Alice Margaret Crook. La boda real contó tan solo con dos testigos: Sickert por parte del novio y Mary Kelly, la mejor amiga de la novia y compañera de la confitería. Enterada de la situación, desde entonces, la reina Victoria hizo un desesperado intento por acallar el escándalo.
Annie terminó en un manicomio, en donde murió olvidada en 1920; Kelly huyó a su Irlanda natal llevándose consigo a la pequeña Alice, el fruto del matrimonio de su amiga y el príncipe. Mientras que Eddy fue enviado al extranjero y el matrimonio borrado de cualquier registro. Todo habría acabado en el silencio más absoluto si Mary Kelly hubiera permanecido en Irlanda sin revelar el secreto que custodiaba. Sin embargo, Kelly regresó al East End escapando de las hambrunas que sacudían Irlanda, pero la única fuente de ingresos de la que podía disponer se encontraba bajo su pollera; así pasó a engrosar la legión de prostitutas que malvivían en los barrios bajos de la capital británica. No tardó en contarle a sus compañeras la historia de la boda secreta, el bebé real y la desdicha de Annie Crook. Así pues, inconsciente del terrible peligro en el que se colocaba, pusieron en marcha un ingenuo plan de chantaje.
La existencia del chantaje se supo a través de la princesa Alexandra, la madre de Eddy, la reina Victoria, cabeza del imperio británico, resolvió que lo mejor era poner el asunto en manos de lord Robert Salisbury, quien, para poner la macabra tarea de acallar a las chantajistas, había otorgado plenos poderes al doctor y cirujano William Gull. Una vez puesta en marcha la conjura contra las chantajistas, llamó poderosamente la atención la saña con que fueron ejecutados los crímenes. Los asesinatos de Jack el Destripador no fueron propios de un profesional que lleva a cabo una labor de limpieza, sino de un psicópata que disfruta lo que hace; y los cadáveres fueron sometidos a mutilaciones realizadas con precisión quirúrgica.
Lo cierto es que la teoría de Knight tuvo un éxito rotundo entre el gran público, tanto es así que fue llevada al cine en dos oportunidades. Fuera quien fuera el asesino, lo cierto es que poseía un conocimiento poco usual de la tradición y el folklore masónicos. En un muro cercano al escenario de uno de los crímenes, el asesino escribió una enigmática frase que el jefe de policía ordenó que fuera borrada sin dar tiempo siquiera a que el fotógrafo tomase una instantánea de la pared. La frase en cuestión decía: “Los juwes son aquellos a los que nadie echará la culpa de nada”. Como masón, el asesino sabía que el término juwes –fonéticamente parecido a “judíos”– podía referirse a los tres Jubes: los asesinos que torturaron y asesinaron al arquitecto del templo de Salomón, Hiram Abiff, el primer mártir de los mitos másónicos.