Cultura

Martín Caparrós y su visión sobre Sarmiento

El escritor y periodista argentino, que reside actualmente en Madrid, publicó una novela sobre uno de los personajes más polémicos y fascinantes de nuestra historia

Para Martín Caparrós la historia no es una veleidad, sino una pasión. Se licenció en La Sorbona en sus años de exilio parisino; escribió una novela sobre Esteban Echeverría, y tres tomos, en coautoría con Eduardo Anguita, sobre los movimientos revolucionarios argentinos bajo el título La voluntad. En su libro más reciente se propuso el desafío de que el propio Sarmiento contara la que quizás es la etapa más significativa de su biografía, aquella en la que grabó para siempre su nombre en nuestra historia.

—Es un gran desafío tomar la voz de Sarmiento, porque dejó muchos libros escritos y su estilo es ­conocido...

—Me pareció que Sarmiento era muy difícil escribirlo en tercera persona, porque cualquiera que lo mirara de afuera iba a tener demasiadas opiniones sobre él. Es un tipo tan mezclado, lleno de contrastes y contradicciones, que me parecía injusta cualquier mirada exter­na. Inventarle una voz a Sarmiento no es un intento de recrear su idioma del siglo XIX ni retomar sus escritos, sino de hacerlo convincente, no un pastiche de cómo habría hablado en 1871.

—En la novela hay un contrapunto entre Sarmiento y una voz ­femenina...

—La intervención de Aurelia Vélez, que es un gran personaje y que yo prácticamente desconocía. Es un personaje que me fascinó. Era la hija de Dalmacio Vélez Sarsfield, el gran jurista argentino de la segunda mitad del siglo XIX, que fue incluso ministro del Interior de Sarmiento. Ella tuvo un larguísimo romance con él, que le llevaba ­alrededor de 30 años, y que pese a todas las convenciones de la ­sociedad de la época, ninguno de los dos quiso convertir en matrimonio o en una pareja más acorde a esas convenciones. Fueron orgullosos amantes durante un larguísimo período.

—Hay muchas curiosidades sarmientinas que rescatás en el libro, una de ellas es que lo rechazaron del Colegio Nacional.

—Es una pequeña venganza que tenemos los exalumnos del Nacional. Sarmiento escribía tanto mejor que todos nosotros juntos y tuvo tanto más peso en la historia argentina que, por lo menos, alguna vez nos pudimos regodear pensando: “Bueno, pero acá no pudo venir”. En un momento hubo unas becas que daban para que jóvenes del interior fueran al Nacional y Sarmiento se presentó y la perdió por una cuestión politiquera de San Juan.

—La guerra del Paraguay tiene una presencia muy fuerte en la novela...

—Es curioso, durante el gobierno de Sarmiento sucedieron dos o tres cosas muy fuertes. Para empezar, la guerra del Paraguay, que él heredó, no la quería y trató de echarle el fardo a Mitre, que era el que la había empezado. Sarmiento y Mitre habían sido muy amigos y terminaron siendo enemigos bastante intensos. Pero, además de la guerra, está la epidemia de fiebre amarilla. Fue curioso porque yo estuve escribiendo la novela durante la pandemia y me resultaba extraño. Estuve leyendo sobre la fiebre amarilla para hacerme una idea de cómo había sido Buenos Aires en esa época y era curiosamente semejante a lo que estábamos viviendo. La otra cosa que me llamó la atención es el atentado que le hicieron al final de su gobierno, que se parece tanto al atentado de hace casi dos meses contra Cristina Fernández.

—¿Qué parecido tienen esos dos atentados?

—En el caso de Sarmiento, fueron unos locos, bastante marginales que, luego se supo, los había hecho contratar López Jordán. El atentado no funcionó porque el tipo era tan malo manejando el mosquete que le explotó la mano, igual que se supone que le pasó a este hombre. Sarmiento en ese momento no se dio cuenta, porque estaba medio sordo y ni siquiera oyó la explosión del mosquete.

Un periodista de pura cepa

Domingo F. Sarmiento fue también un periodista de pura cepa, alguien que nunca abandonó el oficio.

A propósito de su incursión en el mundillo periodístico, Caparrós sub­rayó: “Escribió infinidad de artículos en una época que igual ser periodista era algo distinto. Un periodista en ese momento era más lo que ahora llamamos un columnista. Era más un tipo que escribía análisis y opiniones, no era un reportero en el sentido de ir a los lugares y averiguar cosas. Había poco de eso en los diarios de esa época, y los periodistas importantes no hacían eso. En el Facundo hay una búsqueda de contar cómo es la gente de ciertas zonas del país y que es una de las mejores crónicas que se han escrito en América Latina en nuestro idioma.

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