El país en indefensión

EDITORIAL

Por Myriam Renée Chávez de Balcedo
Directora del diario Hoy

La muerte del fiscal Alberto Nisman ha calado muy hondo en la sociedad. Millones de argentinos, sin importar su raza, sexo, religión o clase social, se han visto conmovidos al ver como desde lo más alto del poder político se intenta dañar a la República y a sus instituciones en busca de impunidad.

El trágico final del fiscal que tenía a su cargo la investigación por la voladura de la AMIA, y que unos días antes se había animado a denunciar a Cristina Fernández a raíz del polémico memorándum de entendimiento con el régimen iraní, puso blanco y sobre negro el estado indefensión en que se encuentra nuestro país. El mensaje que se desprende es terrible: si un fiscal puede llegar a ser inducido u obligado pegarse un tiro en la cabeza, ¿qué le queda al ciudadano de pie?, ¿qué garantía tendrán, a partir de ahora, todos aquellos ciudadanos que asumen con valentía la decisión de denunciar casos de corrupción?

 Lo que ocurre en la Argentina pone de manifiesto que, en nuestro país, se está registrando una sangrienta lucha de bandas, regidas por códigos mafiosos, muchas de ellas vinculadas con servicios de inteligencia locales y del exterior. Es la consecuencia lógica de la política que ha llevado adelante el gobierno nacional en los últimos años que utilizó los servicios de inteligencia -que deberían ser utilizados para defender a los ciudadanos argentinos de flagelos como el terrorismo, el narcotráfico y del crimen organizado- al servicio del espionaje interno. Es decir, han constituido un gigantesco aparato de extorsión y de aprietes sólo con el objetivo de obtener disciplinamiento político y acallar voces críticas. Y hasta involucraron a sectores de las fuerzas armadas, encabezados por un general acusado por crímenes de lesa humanidad, en clara violación a la Ley de Defensa  y al ideal sanmartiniano. 

En este contexto, no llama la atención que uno de los principales referentes del kirchnerismo, en materia de seguridad, sea un polémico personaje como Sergio Berni, quien siendo un representante del Poder Ejecutivo que sigue las órdenes de Cristina Fernández –que ayer difundió una confusa carta, en un intento de lavar culpas y auto victimizarse (ver página 4)- fue el primero en entrar al departamento de Nisman, incluso antes que la familia y que la fiscal que interviene en el caso. Junto a Berni se encontraba el jefe de la Policía Federal. Todos estos elementos plantean serios interrogantes acerca de la forma en que se preservó la escena donde se encontró el cadáver del funcionario del Ministerio Público que, cabe recordar, ayer debía declarar en el Congreso sobre su denuncia contra la presidenta.

En la madrugada de ayer, el propio Berni había tenido un furcio que lo llevó a hablar de “asesinato”. Sigmund Freud, el creador del psicoanálisis, consideraba que los actos fallidos representan una suerte de “traición” del inconsciente, que hace que el sujeto diga lo que conscientemente no quería decir o que haga lo que no quería hacer, revelando así un deseo o intención que estaban ocultos. La definición parece calzar a la perfección para definir la actitud del funcionario K.

Como si todo esto fuera poco, lo más grave ocurrió en el Congreso. Por orden de Cristina, varios de sus alcahuetes y aplaudidores hicieron una seudo conferencia de prensa para hablar de “intereses mafiosos” y reclamar la intervención de la Justicia en pos  del esclarecimiento del hecho. Parecían tener cara de cemento, en una actitud que sólo puede ser llevada adelante por aquellos que son hijos de mala madre. Otro calificativo no cabe ya que estos mismos aplaudidores son los que avalaron el memorándum con Irán y que, hace solo unos días, habían anunciado que iban a salir con “los tapones de punta” contra el fiscal por haber denunciado a CFK. Fue tan burdo que ayer, en la primera fila, se ubicó uno de los diputados denunciados por el propio Nisman, como es Andrés “El Cuervo” Larroque, uno de los principales referentes de La Cámpora que habría intervenido en las negociaciones entre el gobierno K y el régimen persa.

Muchos de los K que ayer gastaron litros y litros de saliva en el congreso pidiendo Justicia, son los mismos que llevaron a que en la Argentina reine la impunidad. Por ejemplo, votaron la expropiación de la ex Ciccone, para borrar las pruebas de la compra que hicieron presuntos testaferros del vicepresidente Boudou de la única empresa privada con capacidad para imprimir papel moneda; son los mismos que convirtieron al congreso en una mera escribanía, mientras la familia presidencial aumentaba de forma escandalosa su patrimonio y, por abajo de la mesa, arreglaba sus declaraciones juradas con la AFIP.  En definitiva, los casos de corrupción en lo que están involucrados los K -que ayer se llenaban la boca hablando de Justicia- alcanzarían para escribir una enciclopedia, con varios tomos.

Ante la situación que estamos viviendo, se hace necesario que aparezca la reserva moral que aún existe en el seno de nuestra sociedad para evitar que la corrupción y la impunidad sigan carcomiendo las instituciones, y los cimientos de la Patria.  Es necesario un férreo compromiso ciudadano para exigir Justicia, más allá de que –al menos por el momento- existen muchas posibilidades de que vuelva a imponerse la impunidad.

En diciembre, en la Argentina, deberá asumir un nuevo gobierno. Ningún proyecto de transformación podrá instrumentarse si no se garantizan las condiciones para que haya una Justicia realmente independiente, con jueces y fiscales a los que no les tiemble la mano a la hora de investigar, indagar y eventualmente condenar a todos los responsables de la corrupción generalizada que se registró en el país durante la mal llamada década ganada. Que así sea.

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