El que almuerza con la soberbia cena con la vergüenza

Por el doctor Alejandro Belfer.

Un un capítulo más de la novelesca saga que atraviesa la vida del Soeme, el juez federal Ernesto Kreplak rechazó un desesperado pedido de Adrián De Marco para evitar que el interventor designado por la Justicia Nacional del Trabajo asuma dicho cargo.

Como consecuencia de dicha “suelta de manos”, el Dr. Julio César Simón, interventor nombrado, se hizo presente en la fecha y hora señaladas en la sede del Soeme, a los fines que el desplazado De Marco le entregase las llaves de la entidad sindical.

La toma del cargo estuvo signada por el caos, donde seguidores de las autoridades desplazadas se encadenaron, y bajo amenazas impidieron el ingreso del funcionario.

Esta pequeña síntesis podría terminar de informarle a usted, querido lector, acerca de los hechos que hoy se sucedieron.

Pero no. No pueden pasarse por alto los fundamentos expuestos por el mencionado juez para rechazar el manotazo de ahogado que De Marco planteó.

Expuso el Dr. Kreplak: “En otros términos, en modo alguno la medida fue fundada en la necesidad de resolver cuestiones atinentes a desavenencias en la vida interna de la organización sindical. Precisamente este fue el fundamento por el cual se rechazó un planteo inhibitorio sui generis de una magistrada del trabajo y las diversas medidas cautelares que, sin competencia, adoptaron autoridades de ese fuero; lo cual dio lugar a la intervención de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, ante cuyos estrados se encuentra aquella discusión (cfr. FLP 2436/2015/93). No obstante ello, cabe repetir que, habiéndose considerado agotadas las razones que fundaron la intervención del Soeme, no corresponde al suscripto la competencia para dirimir desavenencias internas de la vida de la organización sindical, lo que se avisora (sic extraído de la resolución) sostiene el planteo en despacho”.

El magistrado sostiene que el llamado a elecciones en un sindicato que tenía autoridades electas de modo legítimo no significó inmiscuirse en cuestiones inherentes a la vida interna del mismo, pero que ahora no tiene competencia para resolver sobre lo que antes sí resolvió.

Semejante ausencia de lógica y sustancia lo transforma en un acto casi arbitrario.

No hay duda alguna, el general está en su laberinto.

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