La escuela, el barbijo y la grieta

Con lo más crudo de la pandemia ya superado y sin medidas estrictas en el país, la oposición se aferra ahora a una cruzada desconcertante. El nuevo punto de discordia es la obligatoriedad del tapabocas en los establecimientos educativos. Una instancia más de la forma irracional en que las derechas apuntalan su discurso.

¿Es obligatorio el barbijo? Depende de dónde y de a quién se le pregunte. Aprobado el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), la oposición ha retomado velozmente el asidero que le quedaba más a mano para contrastar con el Gobierno. En un movimiento de derrame desde la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) hacia los municipios bonaerenses que gobierna Juntos, la obligatoriedad del tapabocas, especialmente en las aulas escolares, es el nuevo punto de discordia.

A la decisión del jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, de disponer el carácter optativo del barbijo en las aulas de su jurisdicción (en abierto contraste con lo decidido por el Consejo Federal de Salud, Cofesa), se sumaron otros jefes comunales del frente opositor, como Héctor Gay, de Bahía Blanca, y Soledad Martínez, de Vicente López, con reclamos al gobernador bonaerense Axel Kicillof, para que deje sin efecto la obligatoriedad del tapabocas en las aulas. Mientras tanto, algunos ya han levantado la obligación en las áreas sobre las que tienen autoridad: las dependencias municipales y el transporte público. Además, el bloque de Juntos pretende lograr la aprobación en la Legislatura bonaerense de un proyecto para instar a Kicillof a eliminar el barbijo de los colegios.

Cabe señalar que el gobierno bonaerense no se ha mostrado férreamente intransigente al respecto, como si la obligatoriedad del tapabocas estuviera escrita en piedra; simplemente considera que por el momento no se trata de una medida aconsejable. El titular de la Dirección General de Cultura y Educación (DGCE), Alberto Sileoni, dijo que se mantendrá el requerimiento del uso de barbijos en las escuelas al menos durante marzo y abril. Después se verá.

Pero la oposición no registra estos matices: la ofensiva montada por Juntos parece tener un carácter urgente, como si algo terrible fuera a pasarles a los chicos si van a la escuela con el rostro cubierto durante una semana más.

Nuevamente, el coronavirus SARS-CoV-2, responsable de la pandemia global de la enfermedad conocida como Covid-19, genera la grieta o línea divisoria entre unos y otros. De un lado, quienes procuran sostener las medidas de cuidado establecidas para hacer frente a la emergencia sanitaria; del otro, quienes ven en cada medida oficial una oportunidad para oponerse.

La sucesión parece calcada de lo ocurrido en torno a la modalidad de las clases durante el momento más duro de la pandemia. El Gobierno nacional decidió mantener la virtualidad para contener la propagación del virus; Larreta centró su discurso público en la necesidad de volver a las clases presenciales, algo que incluso consideró “de vida o muerte”, y hasta realizó una presentación judicial para garantizarse la posibilidad de implementar la presencialidad en su propio distrito. Otros intendentes del Conurbano bonaerense, que revistan en Juntos, se plegaron rápidamente a esa estrategia. La presencialidad escolar se volvió el tema central en el debate político.

Por dentro y por fuera

En los últimos días, dos grupos de intelectuales peronistas, unos referenciados con el Presidente Alberto Fernández y otros con la expresidenta y actual vicepresidenta nacional, Cristina Fernández de Kirchner, difundieron sendos documentos en los que dan a conocer su posición frente a los conflictos recientes en el seno de la coalición de gobierno y sobre la perspectiva a adoptar respecto de los embates de la oposición y los factores de poder. Unos abogan por la moderación como estrategia para sostener el proyecto y atajar la arremetida de la derecha; los otros, por recordar que el sentido de la constitución del Frente de Todos es sostener ciertas políticas que no se llevan bien con las exigencias de estos sectores, y no hacer concesiones y compromisos.

Tienen razón los intelectuales cristinistas cuando dicen que con la moderación no se producen las conquistas necesarias. O, en sus palabras: “Todo lo que se presenta moderado termina siendo débil y sin capacidad transformadora”.

“¿Es posible negociar con el poder real y las derechas desde la búsqueda de consensos basados en la idea de una moderación compartida? No pareciera ser el caso en estos dos años de experiencia de gobierno de nuestro Frente de Todos: la respuesta a propuestas políticas moderadas (acuerdos de precios, control cambiario, congelamiento de las retenciones) y, aun, a políticas imprescindibles (por ejemplo, las de cuidado y vacunación durante la pandemia global) contó con la oposición brutal y desmedida de las derechas”, afirman. Y es cierto: este sector, referenciado principalmente en Juntos, pero también en las fuerzas minoritarias lideradas por Javier Milei y José Luis Espert, se ha opuesto al aislamiento preventivo, a la suspensión de clases, al uso del barbijo en espacios públicos, a las limitaciones a la actividad comercial y hasta a la compra de las primeras vacunas porque venían de Rusia.

Ahora apuran el abandono de los tapabocas en las aulas como si se tratara de una cuestión esencial a sus principios teóricos, en lugar de lo que es: una decisión que debe tomarse en base a la evaluación sensata del momento epidemiológico y contemplando el hecho de que la Argentina es una totalidad interconectada. En realidad ni Rodríguez Larreta ni ninguno de los barones de Juntos ven épica alguna en el tema; se trata, como siempre, de oponerse a lo que sea, como sea.

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