Lamelas o Patria: el embajador que viene a marcar la agenda estadounidense

Peter Lamelas desembarcó como embajador de EE. UU. en Argentina con una declaración cargada de advertencias y alineamientos políticos. Su discurso, plagado de injerencias, dejó al descubierto el regreso de una diplomacia intervencionista que se creía superada.

Peter Lamelas se presentó ante el país con un mensaje más propio de un interventor que de un diplomático. En menos de diez minutos, el nuevo embajador de Estados Unidos en Argentina logró condensar una agenda de condicionamientos políticos, económicos y judiciales que despertó alarmas por su tono autoritario y sus definiciones cargadas de injerencia. Sin experiencia diplomática, pero con vínculos directos con el entorno de Donald Trump, Lamelas dejó claro que no vino a fomentar la cooperación entre países soberanos, sino a reforzar el control estratégico sobre un gobierno afín.

En su discurso, habló de recorrer todas las provincias argentinas para combatir la corrupción, pero no como un gesto institucional, sino como un acto de fiscalización extranjera. Apuntó sin pruebas contra supuestas irregularidades ligadas a acuerdos con China, cuestionó a figuras políticas opositoras y opinó sobre causas judiciales en curso. Incluso mencionó a Cristina Fernández de Kirchner con una sentencia digna de campaña: “debe recibir la justicia que merece”. Un gesto inadmisible desde cualquier estándar diplomático.

Pero lo más preocupante fue su apoyo explícito al gobierno de Javier Milei, al que prometió respaldar incluso en futuras elecciones. Lejos de la neutralidad que su investidura exige, Lamelas asumió un rol protagónico en la interna política local, con un tono doctrinario que revive las épocas más oscuras de la subordinación nacional a intereses foráneos. Su apellido parece involuntariamente simbólico: vino a lamer botas y a pedir que otros hagan lo mismo.

El silencio del oficialismo ante semejante intromisión no sorprende, pero sí preocupa. Mientras Milei se jacta de ser el abanderado de la libertad, permite que un funcionario extranjero opine sobre la política interna, señale adversarios y condicione alianzas estratégicas. Esa complacencia revela hasta qué punto el proyecto libertario está dispuesto a ceder soberanía a cambio de respaldo externo. En nombre de una supuesta modernidad, se vuelve a una lógica colonial donde la embajada estadounidense opera como poder de veto sobre decisiones nacionales. Frente a esta avanzada, recuperar la dignidad no es un gesto simbólico: es una necesidad urgente.

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