Lula: de las cenizas vendrá un nuevo amanecer

La historia del líder del Partido de los Trabajadores está signada por sobreponerse a las adversidades personales y políticas, siempre con la certeza y el temple necesarios para resurgir y convertirse en el referente que miles de brasileños acompañan.

La resurrección de Lula Da Silva, como si fuera el ave Fénix, marca una nueva etapa en Brasil. Aquella condena a nueve años de prisión, dispuesta en el marco de la operación Lava Jato (tras la denuncia del fiscal Deltan Dallagnol que fue acogida y aceptada por el exjuez Sergio Moro, recientemente procesado por un magistrado de Brasilia), lo proscribió de las elecciones de 2018, en las que venció Bolsonaro, en el peor momento del Partido de los Trabajadores y con una ola antisistema que arrastró a todos los partidos políticos.

En medio de la operación Lava Jato, Lula perdió por un accidente cerebrovascular a su segunda esposa y ex primera dama, Marisa Leticia Rocco, con quien estuvo casado 50 años y tuvo tres hijos. En prisión, además, perdió a su hermano Vavá y a su nieto Arthur.

Lava Jato, que investigó desvíos de miles de millones de dólares de Petrobras por contratos irregulares con empresas de ingeniería como Odebrecht, fue utilizada por la derecha para endilgarle el mote de “ladrón”.

Y en ese clima es que fue derrocada en 2016 Dilma Rousseff (su delfín político), luego de haber intentado poner a Lula como jefe de gabinete.

La de Lava Jato no fue la primera vez que Lula fue arrestado. La primera había sido en 1980, durante menos de un mes, por parte de la dictadura militar, que lo capturó como preso político por haber encabezado desde 1978 las más grandes huelgas de trabajadores que se registraron en la historia brasileña.

Como presidente del Sindicato de Metalúrgicos, Lula arrastraba multitudes a sus actos y hablaba sin micrófono en estadios: era un barbudo venerado por el pueblo trabajador no politizado que tenía contacto por primera vez con la política.

En esas huelgas surgió la idea de unir intelectuales con los brazos duros del ABC paulista, el cordón industrial más importante de América Latina, para formar el PT y luego la Central Única de Trabajadores.

Lula inició su vida sindical luego de haberse recibido de tornero mecánico a los 16 años en el Servicio Nacional de la Industria en San Pablo. Perdió su dedo meñique izquierdo en una máquina prensadora haciendo horas extras de madrugada en una fábrica de cofres de seguridad para bancos.

La infancia

Lula había llegado a San Pablo en los años 50, huyendo del hambre, con sus siete hermanos y su madre, Dona Lindú, en un camión de madera en 15 días de viaje desde Guarnhuns, interior miserable de Pernambuco, donde conoció, por ejemplo, el agua potable recién a los 5 años.

El alimento familiar, muchas veces, consistió en insectos que rodeaban la casa de adobe en medio del “sertão”, la región seca donde la falta de agua ha generado la mayor ola migratoria del nordeste hasta San Pablo y Río de Janeiro, los centros urbanos más ricos del país.

En lo político, Lula es respetado por sus rivales por “respetar acuerdos”. Su origen sindical lo convirtió en un frenético acuerdista. Los compromisos, según los críticos, lo llevaron a caer en la vieja política.

Para el pueblo lo que es del pueblo

En sus ocho años de gobierno logró conciliar el crecimiento económico y aumento del gasto social y la inversión pública en sectores críticos de la economía, manteniendo una política monetaria austera, reembolsando las deudas del país con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y acumulando 288.500 millones de dólares de reservas internacionales.

El boom del precio de las materias primas y de las exportaciones a China fue fundamental para esto. Al mismo tiempo, el descubrimiento de enormes yacimientos de petróleo en aguas profundas por parte de Petrobrás, el gigante estatal del gas y el petróleo, consolidó a Brasil como superpotencia energética.

Del lado de las inversiones sociales, el programa Bolsa Família (una asignación mensual en efectivo pagada a millones de familias pobres a cambio de ciertas condiciones, como que los niños menores de 16 años fueran vacunados y asistieran a la escuela) sacó a 40 millones de brasileños de la pobreza extrema.

El aumento del salario mínimo por parte del gobierno convirtió a decenas de millones más en consumidores de clase media-baja, impulsando el mercado interno y, en consecuencia, las inversiones internacionales y los beneficios de las empresas, tal como ilustra la primera de las portadas de The Economist.

Por otro lado, el gobierno de Lula da Silva introdujo cuotas raciales para la admisión en la universidad, lo que por primera vez dio a millones de jóvenes negros y mestizos la oportunidad de acceder a la educación superior.

Reguló a su vez el trabajo de las empleadas domésticas, proporcionándoles asistencia social y salarios más altos, provocando así una furiosa reacción de las élites ricas y de parte de la clase media.

Lula da Silva terminó su segundo mandato en circunstancias envidiables para cualquier líder global: como señaló el expresidente de EE.UU., Barack Obama, en 2009, Lula era “el político más popular del mundo”.

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