Cultura

Facundo Cabral, un cantor de todas partes

Poeta, vagabundo, predicador, candidato a Premio Nobel, autor de 35 discos y 22 libros. Una vida cautivante que él supo contar -y cantar- en todos los continentes.

Era un personaje de la bohemia elegante de los años 60, cantaba en los café-concert con el pseudónimo de Indio Gasparino. Le gustaba caminar el mundo pero volver siempre a Buenos Aires, construirse a pulso un reconocimiento como cantor, un público que escuchara su evangelio laico con ritmo de milonga. Pero no le fue fácil.

A fines de los 70, su público se había reducido a una muy raleada audiencia, y él se definía a sí mismo como un “paraartista”. Tuvo que esperar a que llegaran los años 80 y la recuperación de la democracia para que su popularidad explotara en salas llenas, en temporadas enteras con el Superdomo de Mar del Plata a tope. Fue entonces cuando todas las radios y medios gráficos querían una nota con él, y hasta tuvo un programa de televisión propio.
Pero la historia es muy larga y merece ser contada.

El 22 de mayo de 1937, Facundo Cabral nació en la ciudad de La Plata. Fue el séptimo hijo. Su padre dejó la casa al poco tiempo de que Facundo naciera. Se mudaron a Berisso. Según Facundo, cuatro de sus hermanos murieron por frío, desnutrición y las enfermedades típicas de la pobreza extrema. Su madre, Sara, decidió radicarse en Tandil con sus hijos sobrevivientes.
Vivió una infancia de marginalidad, adquiriendo las astucias de la calle, y trabajando en lo que se pudiera.

Facundo recordaba una fecha como si fuera una efeméride en su calendario personal: el 24 de febrero de 1954. Ese día un vagabundo le recitó el Sermón de la montaña, y él sintió como si le hubiera sido dado un segundo nacimiento: “Corrí a escribir una canción de cuna: Vuele bajo. Y ahí empezó todo”.

En los años sesenta, luego de actuar en Punta del Este junto a Jorge Cafrune, fueron a cenar a casa de Jacobo Timerman. Hacia el final de la noche, con las copas finales, Facundo Cabral, tomó la guitarra y empezó a improvisar una canción. El dueño de casa tomó la precaución de grabar ese tema, y a los pocos días le regaló la cinta al autor - que ya lo había olvidado-. Se trataba de No soy de aquí. Una canción que daría la vuelta al mundo, primero en la voz de Alberto Cortez, pero también en las de Chavela Vargas, Libertad Lamarque, Julio Iglesias, Pedro Vargas, Tania Libertad y artistas que la grabaron en cerca de veinte idiomas diferentes.

Anduvo con su guitarra por 150 países, siguiendo una consigna: “Ahora iré el mundo para leer el libro, porque la obra de Dios se lee andando, la Creación es todo y eso es lo que voy a buscar”.
Conoció a personalidades como Indira Gandhi, la Madre Teresa de Calcuta, Arthur Rubinstein y Ray Bradbury.

A instancias de García Marquez, en una película basada en una obra suya, hizo poner cómo música incidental una canción suya.
Le gustaba leer a los gritos a Whitman y a Blake, tomar vino francés y café turco, gozar del sol tendido en la hierba o en la arena, y entrar en las pequeñas capillas.

No todo fue celebración en su vida, el drama también le siguió los pasos: en 1979, en un accidente aéreo murió su mujer, embarazada del que podría haber sido su único hijo.
En 1996 las Naciones Unidas le confirieron el título de “Mensajero Mundial de la Paz”.

Pese a que tenía una agenda caótica y una incapacidad congeníta para hacer planes, había decidido dónde daría su último recital: “Soy muy ritualista y ya tengo decidido dónde voy a cantar por última vez. Si Dios me lo permite será en el Club Social de Balcarce, un salón para 70 u 80 personas, donde vi por primera vez a los 13 años a Atahualpa Yupanqui”.

Pero el azar (en el que él confiaba tanto) tenía otros planes: el 9 de julio de 2011, luego de un recital en Guatemala, se dirigía al aeropuerto internacional para iniciar una gira por Nicaragua, cuando la camioneta en la que viajaba fue interceptada y tiroteada desde tres vehículos. Si bien se cree que el ataque estuvo dirigido hacia el empresario, los disparos impactaron en el cantor. La Premio Nobel, Rigoberta Menchú, dijo: “Mi amigo Facundo Cabral murió por sus ideales”.

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