Pablo Cedrón, aquel actor de gesto inolvidable

Fue una figura de culto y muy querida en el ambiente. Proveniente de una familia de artistas de todo tipo, brilló desde la actuación en cada lugar que estuvo. Diario Hoy lo recuerda a poco más de cinco años de su muerte.

Hay palabras, frases, apellidos que a veces funcionan como un password. Su sola mención, presencia o dicho es capaz de abrir portales, dar comienzo o dar por cerrada conversaciones de diversos temas. El apellido Cedrón es de esos. Porque los Cedrón tienen una estirpe y un linaje vinculado íntimamente al arte, a la sensibilidad, al quehacer popular. Los hay y los hubo músicos, pintores, cineastas, poetas, escultores. Y actores.

Tal es el caso del inolvidable Pablo Cedrón, quien falleció tempranamente en noviembre de 2017, a poco de cumplir los 60 debido a una enfermedad contra la que batalló en silencio y bajo un estricto bajo perfil, como vivía su intimidad. Vale mencionar que había nacido en Mar del Plata, en 1958; y no pasaría mucho tiempo sin que se le despertase el interés por el arte.

Sucede que, en el seno de la familia, la rama artística era casi un mandato puesto a que todos se dedicaban a ello. De esta manera, sucedió que este hombre supo debutar en el cine, allá en 1971 de la mano de su tío, Jorge Cedrón, en la cinta titulada El habilitado. Aquella película tuvo como protagonistas, entre otros, a grandes profesionales de Argentina tales como Héctor Alterio, Ana María Picchio y Walter Vidarte.

Al igual que casi toda su familia, hacia mediados de los 70 se tuvo que exiliar junto a sus seres queridos en Francia, en tiempos en que la Argentina vivía la etapa más oscura de su historia, es decir, en plena dictadura militar. Fue allí que desarrolló no solo la labor de la actuación, sino que hizo un poco de todo: se las rebuscó como albañil, fue cocinero en restaurantes, trabajó en un aserradero y en una carpintería e incluso repartió volantes. Hay un texto muy ­recordado de Julio Cortázar que pinta de cuerpo entero al clan Cedrón durante aquellos días de exilio francés.

Con el correr de los años, a la par de su carrera actoral y ya nuevamente en Argentina, aprendió el oficio de artesano. Durante los últimos años también se estaba dedicando a la carpintería y a la herrería junto a su hijo. En más de una entrevista llegó a referirse así a sus diversos oficios: “Mi vida estuvo llena de hechos inesperados, complejos. Mi familia se desperdigó con la llegada de la dictadura. Me fui a Francia, cuando volví tuve que empezar de cero. Hice publicidades, algún papel chico telenovela. Trabajé de carpintero, de herrero, fabriqué gomina, matracas, di clases de francés, me dediqué a la gastronomía. Siempre fui un obrero, vengo de una familia de obreros, pero mi vocación es la actuación”.

Luego de aquel debut en 1971, formó parte de diversos filmes durante todo el resto de los años 70 y los 80. Justamente, a fines de esta última década se casó con Valentina Bruzzone y en 1990 tuvo a su único hijo, al que llamó Santiago Aquiles Cedrón. A mediados de los 90 llegaría el debut en televisión con De la cabeza, un programa de humor absurdo que fue emitido durante 1992 y 1993 en América TV y tenía como protagonistas a los humoristas Alfredo Casero, Fabio Alberti, Mex Urtizberea, Rodolfo Samsó, Favio Posca y Diego ­Capusotto. O sea, el núcleo duro de lo que sería su próximo proyecto, el inolvidable Cha cha cha. Allí, junto a un elenco muy similar al anterior programa, volvió a incurrir en el absurdo, uno de los personajes más importantes que interpretó fue el del sexólogo Nelson Carmen Gómez, paraguayo y de vocabulario poco profesional, que respondía las preguntas del público a través de una conductora.

Los tiempos contemporáneos

En cine, los últimos años pueden decirse que fueron de lo mejor de su recorrido. Por ejemplo, por ­nombrar solo algunos de los trabajos de los que formó parte, vale citar la hermosa película Felicidades (2000, “Lucho” Bender), El viento, Aballay y El otro hermano. En 2015 trabajó en la serie Los siete locos y Los lanzallamas, donde tuvo una actuación memorable, y también  se puede mencionar la producción nacional titulada Historia de un clan, que narra parte de los ­crímenes realizados por la familia Puccio.

En cada uno de los proyectos donde puso el cuerpo dejó impostado su gesto inclasificable, único. Cualquiera de esas obras es suficiente para encontrar el amor por la actuación que parecía tener tallado en su cara.

Noticias Relacionadas