Se cumplen 30 años de Lobo suelto, cordero atado de Los Redondos

Diario Hoy recuerda la edición de aquellos dos discos que salieron juntos y que empezaban a delinear el futuro de la banda de rock más popular de la Argentina.

El siglo XX se iba yendo de a poco, muy de a poco, y los grandes discos de la época empezaban a dar cuenta de ello. Y claro que el ojo y la pluma particular, brillante, filosa de Carlos “Indio” Solari tenía historias para contar. Siempre con su ladero y compañero principal y, sobre todo, predilecto, aportando las ideas musicales: el siempre genial y brillante Skay Beilinson.

Pues bien, hacia 1993 Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota editan su primer y único disco doble, Lobo suelto, cordero atado, con la particularidad de que ambos discos se vendían por separado. O sea, dos obras que dialogan, se pertenecen, se complementan pero que también se pueden pensar, escuchar por separado. Cada disco, una historia que le pertenece. Y que se corresponde con la su otra mitad. Ambos discos, como no podía ser de otra manera, tenían algunas canciones que ya perfilaron como hits desde un primer momento. Como por ejemplo, Un ángel para tu soledad, Buenas noticias, Susanita, la increíble historia de amor de La hija del fletero, Yo caníbal, Ladrón de mi cerebro, Caña seca y un membrillo, entre otras.

Son muchos los críticos y periodistas que coinciden en señalar que estos dos trabajos, de algún modo, empezaban a avizorar algunas cuestiones nuevas de sonido que se van a ver definitivamente reflejadas en el próximo disco, Luzbelito. Era, a las claras, un aviso de lo que se vendría finalmente pasada la primera mitad de los 90. Para esa época la formación seguía siendo la misma: Indio Solari en voz, Skay Beilinson en guitarras, Semilla Buccia­relli en bajo, Sergio Dawi en saxo y Walter Sidotti en batería. Obviamente, la “Negra” Poli era la supervisora de todo y Rocambole, como cada vez, siguió a cargo del arte de tapa. Aunque esta vez, uno de los dos discos (el volumen 2) tuvo en el arte de tapa la firma y la presencia de Semilla Bucciarelli, quien al día de hoy sigue siendo un destacado artista plástico.

Como bien señalan las críticas y reseñas de la época, las grabaciones se realizaron en nuestro país, en los estudios Del Cielito, un clásico, una visita del productor Gustavo Gauvry y el técnico de sonido Mario Breuer a los Estados Unidos desembocó en la posibilidad de realizar la masterización de Lobo suelto, cordero atado en aquel país. Y esto, en coincidencia con la búsqueda de la banda, hizo que finalmente la parte más fina de la producción, masterización y mezcla del trabajo se realizara en aquel país. Tradición que seguirían llevando a cabo de aquí en adelante con el resto de los trabajos editados. Fiel a su estilo, en el librito que acompañaba a cada uno de los discos se especificó de particular manera la grabación, los invitados y demás. Por ejemplo: “Durante los meses de marzo a julio, en las míticas instalaciones de Del Cielito Records, se sucedieron infinidad de lances sónicos que fueron culminando con variada suerte... Una vez más, hipotecando sus almas, un destacado grupo de catchers vistió los tradicionales colores de Lupus y del Rulo”. Sumado a ello, se señalaban a los invitados como “Banderillas”. En aquel trabajo participaron y aportaron lo suyo: Sergio Poli, violín en Espejismo y Un ángel para tu soledad, y Guillermo ­Piccolini, teclados en Caña seca y un membrillo y Sorpresa de Shangai.

El periodista Pablo Plotkin, en un artículo para la revista Rolling Stone, definió parte del trabajo de la siguiente manera: “Este disco doble, junto con La Mosca y la sopa, conforman el núcleo duro de eso que podríamos llamar, con mucho cariño, el período cabeza de Patricio Rey, lo que en las enciclopedias figura como rock cuadrado. Pero acá había mucho más que eso. Los Redondos habían encontrado la fórmula de la felicidad en el país de la nada eléctrica, y la escalada parecía no tener techo (...). Después de este gesto de abundancia, Los Redondos tenían por delante una obra maestra (Luzbelito) y sus dos discos menos amados (Último bondi y Momo Sampler), pero en esos días preinternéticos de comienzos de los 90, con un paquete de rock and roll rápido, preciosas baladas y canciones sugestivas, Patricio Rey terminó de definirse como la banda de sonido del país roto”.

De algún modo, aquel disco significaría el salto a la masividad y popularidad definitiva de la banda. A partir de allí, en realidad desde un tanto antes pero en esa época es que termina de explotar, Los Redondos pasan a ser un fenómeno de masas. Justamente en un país y en un momento donde todos los lazos sociales se resquebrajaban por todos lados.

La presentación oficial en vivo de Lobo suelto, cordero atado se da en el estadio de Huracán en dos fechas separadas: el 19 y el 20 de noviembre de 1993. Aquella vez fue la primera vez que la banda tocaba en un estadio de fútbol, siendo que entre los dos días convocaron más de 70.000 personas. A partir de allí, “las bandas” serían cada vez más y más grandes. A partir de allí, en tanto fenómeno de masas, en tanto banda de rock, en tanto llevaron el paroxismo aquel de “saltar los decorados del rock and roll” hasta donde pudieron, Los Redondos no tienen vuelta atrás. Son el hecho maldito del rock argentino que cruza los 90 hasta el 2001, año que finalmente se separan. Y aquel disco doble, tal como también dijo el periodista Pablo Plotkin, tenía canciones que en realidad son “himnos que todavía suenan en todas partes, están en el aire como un montón de fantasmas renegados”.

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