CULTURA

Cecilia Rossetto, una actriz de sonrisa triste y piernas alegres

Ha brillado con esplendor sobre el escenario, en la televisión y en la pantalla grande. Un humor inteligente y contagioso es marca indeleble de su personalidad.

La industria cinematográfica fabrica tendencias. No solo tienden a repetir temas, estilos o géneros, sino, fundamentalmente, maneras de actuar, que también son el modo de contar una historia. No obstante, dentro de este fenómeno creciente y uniformador siguen destellando excepciones. Una de ellas es Cecilia Rossetto.

Nacida el 16 de julio de 1948 en la ciudad de 9 de Julio, provincia de Buenos Aires, el éxito nunca le impidió conservar la frescura y el coraje de contar su verdad. Capaz de esgrimir como un arma la solidez de su formación actoral, Rossetto logró, tras años de estudio, sacrificio y trabajo, enfrentar la masiva difusión de tanta estupidez ambiental. Y, sobre todo, ejercer la libertad de palabra arriba y abajo del escenario. De ascendencia piamontesa, es hija del ajedrecista Héctor Decio ­Rossetto, múltiple campeón argentino, y de Oneida Alicia Irigoitia. Y aunque a los tres años se mudó a Buenos Aires, nunca se olvidó de sus raíces.

A los 14 años empezó a estudiar teatro, mientras hacía el magisterio junto con las clases en la Escuela Municipal de Arte Dramático. Un día en el colectivo rumbo al Normal 8, vio un afiche que decía “teatro para adolescentes”, pero no alcanzó a leer la letra chica y se fijó por cuál calle iba el transporte. Al día siguiente hizo el mismo camino y se bajó cerca del lugar del afiche que habían tapado con una publicidad, pero abajo se alcanzaba a leer una dirección: calle Garay. Era el teatro Lavardén. En total, fueron tres años. Luego vendrían cuatro más en el Conservatorio de Arte Escénico. A propósito de ese período iniciático, Rossetto subrayó: “Vivía estudiando, me levantaba a las cinco de la mañana para preparar las prácticas de mis estudios normales y las clases de la escuela de teatro, que eran a la noche”. Nunca se pensó como una actriz famosa, ni fantaseó con la parte hollywoodense de la profesión, pero sus ambiciones de vivir de la actuación pronto se tradujeron en una convicción cada vez más sólida.

El escenario fue el lugar más seguro que encontró en el mundo. A sus padres nunca les molestó dicha vocación actoral, pues Rossetto no descuidó el magisterio (de hecho, su promedio académico no bajaba de 9,80). Sin embargo, su padre se mostraba algo reticente con la disciplina artística, pues quería para su hija una profesión que le redituase de forma estable. Precisamente porque en el hogar, con sus ingresos de ajedrecista, se vivía a los saltos. El día que Cecilia le reveló que quería ser actriz, le contestó: “Pero ¿cómo? ¿Otra más para morirse de hambre? ¿No basta conmigo que soy ajedrecista?”.

Capaz de vivir de préstamos para defender su decisión de trabajar de actriz, empezó haciendo teatro para chicos. Cuando entró al teatro San Martín hizo La polvorienta. Fue una de las primeras comedias musicales que se hicieron para niños en nuestro país: era la historia de la Cenicienta, pero al revés. La protagonista era una estúpida, mientras que la madrastra y las hermanastras eran simpáticas, aunque todos internalizaban una maldad pueril que a los chicos divertía muchísimo.

En 1976, cuando había alcanzado un éxito feroz en canal 13 con su personaje de vedette y cantante internacional, ganado un Martín Fierro y trabajado con Antonio Gasalla en Abajo Gasalla, tomó la decisión más difícil de su carrera: marcharse del país. Alguna vez explicó que durante el golpe, por ejemplo, la Marina estaba al frente del canal y se le hizo imposible ir a trabajar consciente del peligro inminente en el que estaban sumergidos los argentinos: “Yo pertenecía al grupo de personas que sabían perfectamente lo que estaba sucediendo en el país”.

En cine, Rossetto participó, entre otros éxitos, en Sol de otoño y Flop, de Eduardo Mignogna, y Esperando la carroza, de Alejandro Doria. Asimismo, en cuanto a su faceta musical, nunca resignó la búsqueda de poetas y letristas comprometidos con su pueblo como Discépolo, Homero Manzi, Juan Gelman o Leda Valladares. Tal vez porque en ellos vio reflejada la misma sensibilidad para abrazar las necesidades y sentires de su gente.

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