Cultura
Cuando La Plata era la capital del gran circo criollo
Pepe Podestá y sus hermanos crearon una legendaria compañía circense-teatral que dejó profundas huellas en nuestra ciudad.
En la ciudad de La Plata, hacia fines del siglo XVIII y comienzos del XIX floreció el circo criollo de pista y escenario, lo que se designaba como de primera y segunda parte. La primera se desarrollaba en el picadero, cubierto de aserrín y donde los números de trapecio, contorsiones y la infaltable “pareja cómica” (tony y payaso) lo emparentaba con el circo tradicional. Pero la carpa criolla tenía además un escenario en el que se montaban obras del teatro nacional, desde las peripecias del drama gauchesco hasta el teatro universal. Uno de los símbolos nacionales del circo criollo estaba en nuestra ciudad, en un edificio que aún pervive y sigue siendo orgullo de los platenses: el teatro Coliseo Podestá. Esta sala ubicada en 10 y 47 conserva intacto, en su subsuelo, el famoso picadero donde se estrenaron tantos clásicos del teatro nacional.
El primer circo, que funcionó en Buenos Aires, se debió a la iniciativa de un caballero inglés, Santiago Spencer Wilde, quien instaló entre las calles Florida y Córdoba el Parque Argentino. Corría el año 1827 y allí se montaron los primeros espectáculos circenses con artistas nativos. El primer circo argentino, redondo, de lona, con un solo “palo maestro”, es el que construyó Sebastián Suárez en 1860, llamado Flor América. A este último circo concurría asiduamente quien sería el mayor emblema teatral de nuestra ciudad, Pepe Podestá.
José Juan “Pepe” Podestá nació en Montevideo el 6 de octubre de 1858. Tocaba en la banda municipal, pero más que la música lo atraían los circos europeos que llegaban de gira al Uruguay. Cuando tenía 15 años, armó un circo en una cantera que había en el barrio, montando un espectáculo rudimentario con algunos amigos que se animaban a algunas piruetas arriesgadas. Se hizo trapecista en una compañía ecuestre, y allí mismo creó el personaje que le daría celebridad: Pepino el 88, un payaso cubierto por una sábana con cuatro lunares que parodiaba al compadrito porteño, quien fue el primer tony con características criollas, una síntesis de ingenuidad unida al humor argentino, ya que junto a los tradicionales gags, caídas y bofetadas, cantaba desde el picadero sus propias canciones con críticas para una época ardiente del pasado nacional.
Junto a su hermano, Pepe Podestá formó su propia compañía, el circo Arena, y con ella recorrió ambas márgenes del Río de la Plata. Incorporaron a su troupe a malabaristas, acróbatas, ecuyeres, forzudos y los infaltables payasos. Pero también representaban obras teatrales.
El cuartel general de los Podestá
El éxito de la compañía fue tal que fueron contratados por una larga gira en Brasil, donde fueron recibidos por el emperador Pedro II, quien fue a verlos en muchas funciones. En su mayor momento de esplendor, decidieron radicarse en La Plata. Aquí estrenaron Juan Moreira, el drama de Eduardo Gutiérrez que conocería tantas versiones teatrales y cinematográficas, y posteriormente adaptaciones de Martín Fierro y Juan Cuello, del mismo autor.
La historia de Moreira, ese gaucho levantisco que muriera asesinado en Lobos el 30 de abril de 1874, tuvo un éxito arrollador. Un crítico de la época escribió: “La pantomima de Juan Moreira ha atraído tanta concurrencia al circo Politeama, que la Policía tiene que intervenir cuando se representa, para impedir que se venda mayor número de entradas del que puede expenderse sin peligro para la concurrencia”.
El cuartel general de los Podestá estaba en el hoy llamado teatro Coliseo que, en sus comienzos, se conoció como el Politeama Olimpo. Fue en nuestra ciudad donde Pepe Podestá puso por primera vez en escena su personaje Cocoliche, que hablaba una jerga donde se entrecruzaban los distintos idiomas y dialectos de los inmigrantes llegados a nuestro país.
Pepe Podestá también incursionó en cine, participando en dos películas mudas: Mariano Moreno y la Revolución de Mayo y Santos Vega. Pero su gran vocación se cumplió sobre los escenarios que siguió pisando hasta entrados los 70 años, junto a hijos y nietos, que crecieron al calor de una misma pasión por el teatro.