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De William Shakespeare a Alberto Olmedo

Javier Portales fue un actor popular que no temió pasar del teatro clásico a los programas televisivos cómicos.

La diabetes y sus severos problemas cardíacos, pusieron punto final a su vida cuando tenía 65 años. Se había formado teatralmente a la sombra de los clásicos, y al método de enseñanza del polaco Jerzy Grotowski; pero el grueso de su público lo recuerda por sus papeles a la vera del mayor atorrante de la televisión argentina: Alberto Olmedo.

Nació con el nombre de Miguel Angel Alvarez, en la provincia de Córdoba –cerca de Río Tercero-, el 21 de abril de 1937. Su padre, peluquero, murió cuando él tenía 9 años. Su madre decidió probar suerte en Rosario, y allí Javier fue pupilo en un colegio de curas. Leyó todo lo que tenía a su alcance. Una vez lo hicieron subir a un escenario para representar una obra para el aniversario del colegio. Y ya nunca más se quiso bajar.

A los 17 años se mudó a Buenos Aires, compenetrado de esa antiquísima sentencia que señala a Buenos Aires como el lugar donde dios atiende sus oficinas. En seguida se sintió parte de la noche porteña. Su debut televisivo fue con Quinto año nacional, de Abel Santa Cruz, teniendo como compañeros de elenco a Julio De Grazia y Santiago Gómez Cou, entre otros. Actuó varias temporadas en el Teatro San Martín, en obras como Divinas Palabras o Adriano VII, y el cine lo convocó en películas resonantes como Una cita con la vida –dirigido por Hugo del Carril-, El centroforward murió al amanecer y Tres veces Ana.

Filmó cerca de cien películas, una incontable cantidad de participaciones televisivas, y mucho teatro de los más variados géneros. Se murió sin cumplir su sueño de interpretar el papel principal en La muerte de un viajante, de Arthur Miller. Cuando lo chicaneaban por hacer obras de poco vuela, retrucaba recordando las veces que llevó a Bertolt Bretch a escena.

Javier Portales y Alberto Olmedo formaron una dupla imbatible cuyo estreno se produjo en 1964, en el programa Operación Ja Ja, dirigido por los hermanos Sofovich en Canal 11, y que se mantuvo durante treinta años abarcando televisión, cine y teatro. Piolín y Portones y Borges y Alvarez, fueron algunos de los duetos de ficción que se instalaron imborrablemente en la memoria de los televidentes: “Llegamos a trabajar tan mancomunados que nos entendíamos con sólo mirarnos. Y el público nos permitía decir todo. Lo habíamos convertido en cómplice” . Era un especialista en dejar la pelota picando para que el actor principal la estrellara contra la red. Cuando Olmedo actuaba con otros actores, no se olvidaba el libreto, pero con Javier Portales se permitía improvisar.

También fue partenaire de otros cómicos célebres: Jorge Porcel y Fidel Pintos. Pero ningún otro compañero le dio tanta popularidad como Alberto Olmedo. La muerte de su amigo, el 5 de marzo de 1988, lo dejó durante un tiempo a la deriva. Luego sería el abuelo de Son de diez y haciendo de hermano de Guillermo Francella en Un hermano es un hermano. Pero nunca abandonó el teatro de contenido, como demostró dirigiendo, en silla de ruedas ¡Jettatore!”, el clásico de Gregorio de Laferrère.

Su considerada veta seria tuvo una de sus expresiones en una de las obras de su autoría La sartén por el mango, una obra teatral estrenada el 5 de octubre de 1972, y llevada al cine por Manuel Antin, con las actuaciones de Claudio Garcia Satur, Victor Laplace y Ana María Picchio. La obra sería prohibida durante la última dictadura.

Para el gran público, Javier Portales quedó como un actor entrañable, cristalizado en el gordo pícaro, compañero de bromas, un ladero fiel, cómplice de juergas y malentendidos. Cerca del final, a los 65 años, sin arrepentirse de nada de lo hecho, confesaba tener una gran nostalgia: no haber hecho La muerte de un viajante, de Arthur Miller. Murió en Buenos Aires, el 14 de octubre de 2003.

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