cultura
El hombre que descubrió sombras de distintos colores
Jacques Bedel es un arquitecto, pintor, fotógrafo y escultor, cuya obra adopta asombrosos puntos de vista.
Cuando era chico hacía barcos en botellas. A base de una disciplina creadora, se consideraba completamente neurasténico. Después siguió con el arte cinético. Pero eso fue sólo una ejercitación intelectual de precalentamiento. Sus primeras obras incluyeron esculturas móviles iluminadas cuyas sombras proyectaban colores sobre pantallas de formas diversas. Lo cierto es que la obra para Bedel no es un ángel divino (el que cae, la sagrada inspiración): la obra emerge después de romperse trabajando, pensando y ejercitándose.
En su biblioteca se encontraban primeras ediciones de autores argentinos. Esa formación vino, fundamentalmente, de su padre. Él era poeta, coleccionista y le transmitió no sólo el cariño y la pasión por la literatura y la poesía, sino que le hizo ver las razones por las que la literatura nacional era bastante infrecuente, por su inusitada calidad , empezando por Leopoldo Lugones y siguiendo con Jorge Luis Borges. Además, Jacques era un fabricante de objetos y estaba incluido en su fanatismo el objeto literario: dónde se coloca, cómo se transmiten esas ideas, la producción literaria en sí misma.
Desde su primera exposición, en 1968, Bedel se ha destacado por el empleo de materiales no convencionales –“Me gusta proponer alternativas, no el pincel y la tela”, destacaba– y por una ferviente indagación en las posibilidades de la técnica. “Pero es un medio. Lo que más me interesa es que no pases delante de la obra sin decir ‘acá vi algo que es distinto’, que te llegue. La función de la obra de arte es que tengas una visión distinta de aquello que representa”, concluye. El movimiento, la luz y las sombras siempre estuvieron presentes en esa búsqueda. En el mismo año -1968- obtuvo una beca del gobierno de Francia para realizar investigaciones en el área de las artes plásticas en ese país. Unos años después, el British Council, lo becaría para estudiar escultura en Londres.
Su obra es exclusivamente racional y pensada porque le interesa que haya un trabajo intelectual, una especie de homenaje a la inteligencia que “por ahora es humana”. En las fotos, Bedel utiliza la transparencia y la proyección de su sombra, que hace que la obra se convierta en tridimensional. Si uno le saca la sombra a cualquiera de estas obras, queda plana. La sombra es una imagen que no existe, es la negación de la luz. Desde el punto de vista filosófico, es una antípoda de la imagen. Es una situación paradójica: esa falta de luz define a una imagen. Con la sombra, sostenía Bedel, uno consigue cosas asombrosas.
Sus fotografías tienen un efecto de ensueño, de extrañamiento. Los colores son precisos, medidos, como si fuera posible manipular la naturaleza pictóricamente y extraer, por dar un ejemplo, sólo unos pigmentos dorados que flotan en el paisaje. De lejos, sus fotos parecen fuera de foco. Vistas difusas. Hay que acercarse para descubrir esas sombras en un mar embravecido o una ciudad enigmática, irreal.
A los 77 años, sin embargo, el consagrado Bedel se sigue considerando "un outsider de la comunidad artística". "Nunca me bancaron, soy intratable", confesó en reportajes uno de los artistas más políticamente incorrectos de la escena local. Hace unos meses, el artista y arquitecto fue homenajeado por su trayectoria y aporte al arte argentino en la legislatura porteña.
