cultura
El mingitorio que cambió la historia del arte
El dadaísmo fue un movimiento artístico de la primera década del siglo veinte, antecedente del surrealismo, y que dejó tantas obras como anécdotas.
Dadá es anti-todo. Anti-arte, anti-literatura. Dadá es destrucción. Una destrucción creativa si se quiere, pero destrucción. Quizás por ello no duró demasiado como movimiento. Sin embargo, los ecos del dadaísmo retumban fuertes aún hoy en día y su influencia se percibió inequívocamente en corrientes culturales posteriores: el surrealismo, el arte pop, el punk, lo posmoderno. Incluso la filmografía de David Lynch (1946) es considerada la última depositaria de la herencia dadá-surrealista en el cine, genealogía reconocida por el mismo artista. Todos fueron hijos del sinsentido dadaísta.
La obra Fountain es considerada una de las más influyentes del siglo XX: este ready-made en el cual Marcel Duchamp (1887-1968) intervino una postal popular de La Gioconda de Leonardo Da Vinci simbolizó la postura radical del dadaísmo en la cultura a lo largo del último siglo. Realizado tres años después del lanzamiento del movimiento Dadá, en el Cabaret Voltaire de Zurich, el ready-made titulado L.H.O.O.Q. (sigla que, deletreada en francés, puede leerse como "ella tiene el culo caliente") conoció varias versiones, incluida una réplica robada en 1981.
Asimismo, el dadaísmo abrió las puertas para el surgimiento del movimiento surrealista, que escribió su primer manifiesto en 1924. Las ideas originales del cisma Dadá influyeron decisivamente en lo que se conoce como "cine surrealista", la base de toda experiencia fílmica no narrativa. Man Ray, el primer artista estadounidense en adherir a Dadá, concebía el cine como la fotografía del futuro. Con esa premisa filmó “La estrella de mar”, en 1928. Un año después, los españoles Salvador Dalí y Luis Buñuel definieron la idea de surrealismo en cine con “Un perro andaluz”, que dejó algunos fotograma que fueron de las imágenes más pregnantes de las vanguardias del siglo XX.
No obstante, la gran humorada cósmica que consagró a Duchamp como el abrecabezas por excelencia de los vanguardistas del mundo fue la obra del mingitorio, elegido por quinientos críticos y expertos internacionales como la obra de arte más importante del siglo veinte.
Cuando la Baronesa Elsa von Freytag-Loringhoven ya llevaba veinte años muerta, Duchamp dio esta versión del mingitorio: un día de 1917 almorzaba con sus amigos el fotógrafo Stieglitz y el mecenas Arensberg y se le ocurrió presentar al Salón de los Independientes (cuyos reglamentos estipulaban que no se podía rechazar obras) una pieza que nadie pudiera considerar arte, a ver qué pasaba. Así que se trasladaron los tres al negocio de sanitarios Mott, vecino al restaurante, compraron el orinal y montaron la comedia. La pieza fue famosamente rechazada, y logró el escándalo que los dadá del otro lado del charco no habían logrado producir a pesar de sus esfuerzos. En ese mito se basa la leyenda Duchamp: el mingitorio cambió el arte para siempre.
Pero resulta que, en una carta escrita por esos días a su hermana en París, Marcel Duchamp contó el episodio de una manera ligeramente diferente: “Una de mis amigas mandó al Salón, con seudónimo masculino, un orinal de porcelana como escultura”. Y un relevamiento de los archivos de la casa Mott (la presunta prueba de autoría de Duchamp) ha demostrado que no vendían ese modelo de mingitorio. Recordemos que Duchamp no conservó ni la obra ni el recibo (de rechazo) del Salón; sólo quedaba una foto que le había sacado a la pieza Alfred Stieglitz, pero para entonces Stieglitz ya había muerto (así como Arensberg y la Baronesa), y la historia del mingitorio había ido, mientras tanto, de boca en boca, hasta el otro lado del océano, y en el trayecto se había caído el nombre de la Baronesa y sólo quedó el de Duchamp. De manera que cuando él se la adjudicó y autorizó que se hicieran las réplicas, estaba tomando posesión de algo que ya todo el mundo creía que era suyo.