cultura
El monumento más alucinante de la historia
Vladimir Tatlin fue el encargado de renovar toda la estatuaria de la Unión Soviética, y se embargó en un proyecto de proporciones descomunales.
Lo consideraban un hombre del Renacimiento, pero inmerso en la efervescencia de la Revolución Rusa, que se tradujo en proyectos inimaginables a los que dedicó su vida entera. En 1914 fundó, junto a otros artistas, el Constructivismo. Antes había visitado París y entró en contacto con artistas como Pablo Picasso. Según su filosofía artística, la obra de cada autor debía participar en la vida y en la construcción del mundo. Habiendo sido marinero, su manejo de la madera, el alquitrán, los tornillos y nudos parecía más relacionada con el arte de un constructor naval que con las técnicas escultóricas tradicionales, rechazando todo vestigio ilusionista y planteando cada escultura como una entidad perfecta, una estructura completa en sus propios límites.
A fines de 1918, el gobierno bolchevique dio la orden de reemplazar toda la estatuaria zarista por monumentos de la Revolución. En ese contexto, Vladimir Lenin, para nada conforme con lo que se había realizado hasta ese momento, le ordenó al Comisario de Artes: “Convoca a tus amigos, a ver si pueden hacer algo mejor”. Así fue como los vanguardistas obtuvieron un lugar en la construcción del Hombre Nuevo. De todos ellos, ninguno llegó a destacar tanto como Tatlin, que desde entonces pasó a ser conocido como el hombre que soñó el monumento más alucinado de la historia.
Tatlin se hizo mundialmente famoso por la torre que nunca construyó, su Monumento a la Tercera Internacional. Iba a medir cuatrocientos metros de altura, iba a girar sobre su eje en forma espiralada. En su interior habría cuatro estructuras de vidrio con diferentes formas: cubo, pirámide, cilindro y la media esferas. Los elementos rotarían a distintas velocidades. El cubo completaría su giro en un año, la pirámide en un mes, el cilindro en un día y la media esfera en una hora. En cada una de las estructuras se situarían la sede de la Internacional Comunista, una oficina de telégrafos y varios restaurantes. Lograría superar las expectativas de Eiffel y su vacuo mercantilismo arquitectónico. Algunos auguraban el nuevo “pararrayos del mundo”. En palabras del propio Comisario de Artes, el primer monumento soviético sin barba.
Tatlin había comenzado su carrera artística pintando iconos en Moscú y había asistido a la Escuela de Moscú de Pintura, Escultura y Arquitectura. Tenía treinta años cuando fue puesto a cargo de la renovación estatuaria en el Nuevo Estado soviético e inició su magno proyecto inspirado por el modernismo de Occidente y el espíritu revolucionario. La reacción oficial a la maqueta que presentó en 1921 fue tibia: León Trotsky celebró el rechazo a las formas tradicionales pero le inquietó que la Torre pareciera el esqueleto de una obra en perpetua construcción. Sin embargo, Stalin decidió descabezar de cuajo el proyecto.
Luego de caer en desgracia, Tatlin se pasó la segunda mitad de su vida alimentando gallinas e inventando una máquina de volar que bautizó Letatlin. Pero en sus ratos libres volvía cada tanto a los planos de su torre, que se perdieron después de su muerte, que pasó desapercibida, en 1953. Uno de sus colaboradores, de los pocos que siguieron visitándolo tras su fracaso estrepitoso, aseguraba que, en sus últimos años, Tatlin había recuperado a tal punto su amor por la navegación de sus años juveniles que había empezado a pensar que la torre debía ser un objeto que se trasladara por la URSS sobre las aguas.
Las investigaciones plásticas de los constructivistas como Tatlin tuvieron una influencia directa en el desarrollo de la arquitectura moderna. Su decidida aspiración de unir arte y sociedad encontraba su plasmación natural en la arquitectura, como compendio de todas las artes, y, aunque sus realizaciones fueron escasas, sus investigaciones cristalizaron en proyectos que fueron significativos para el desarrollo posterior de la arquitectura contemporánea. En 1968, a quince años de su muerte, el Museo de Arte Moderno de Estocolmo dedicó una muestra de homenaje a Tatlin, sin tener ni una pieza original del autor.
