El origen de los huevos Fabergé y unas Pascuas de lujo

La Casa Fabergé sigue creando huevos de oro, pero tuvo su esplendor en los albores del Siglo XX en los años previos a la caída del imperio ruso.

Antes de que todos hablaran de Rusia en relación a la vacuna “Sputnik V”, el país más grande del mundo tenía en su haber otras proezas. Entre ellas está la fascinante historia de los huevos Fabergé, cuyo origen se remonta a los años del zar Alejandro III que vivió entre los años 1845 y 1894.

En Rusia, las Pascuas son un motivo de celebración bastante extendido. Según una centenaria tradición, los rusos colorean huevos a mano y los llevan a las iglesias para que sean bendecidos; luego, en un gesto de estima, los regalan a amigos y familiares.

En 1885, el zar Alejandro III quiso hacerle un obsequio a su joven esposa María Fedorovna que, sumida en la añoranza de su Dinamarca natal, pasaba una temporada de tristeza y depresión.

Para ello, el zar encargó un regalo de Pascua que dejó en manos del joyero Peter Carl Fabergé. El exquisito orfebre respondió al pedido con creces: creó una verdadera obra de arte.

Se trató de un huevo completamente blanco por fuera que en su interior contenía una yema de oro. Esta, a su vez, se abría para extraer una gallina de oro que escondía en su interior una sorpresa hoy perdida: una réplica de la corona imperial en miniatura de la que colgaba un rubí en forma de huevo. El obsequio, que cautivó a la emperatriz, fue el primero de una serie de 69 huevos de Pascua que Fabergé diseñó entre los años 1885 y 1917.

La tradición, por lo demás, se extendió en la familia. Y, aunque no fueran de chocolate, cada una de las piezas que se confeccionaron en torno a esta costumbre tenían algo en común: la sorpresa en el interior de los huevos era siempre distinta.

Alejandro III fue el penúltimo zar de la Rusia imperial; la dinastía Románov cayó con la Revolución de febrero de 1917, que obligó a Nicolás II a abdicar. Después, las huestes bolcheviques terminarían por asesinar a toda la familia Románov. Por su parte, Carl Fabergé huyó a Suiza, donde murió en 1920; la casa de Fabergé fue nacionalizada y los palacios, saqueados. Los tesoros, en tanto, fueron llevados al Kremlin y luego vendidos para obtener dinero.

Los huevos Fabergé son únicos en el mundo, tesoros confeccionados con diamantes, rubíes, joyas, oro, platino, plata, cobre, níquel, paladio y acero. El ingenio en los detalles y la naturaleza en sus colores los volvieron objetos de colección. El trabajo de joyeros, miniaturistas, escultores, grabadores, relojeros y expertos hoy está repartido en todo el globo. Del total que alguna vez perteneció a los Románov, poco más de medio centenar han sobrevivido. El resto se encuentran de-saparecidos. Se cree que en el mercado negro de arte llegan a tener un valor de 30 millones de dólares.

Actualmente hay 10 de estos huevos en la Armería del Kremlin y 9 en el Museo Fabergé de San Petersburgo. En tanto, el Museo de Bellas Artes de Virginia, Estados Unidos, tiene 5 ejemplares y se sabe, también, que la Corona británica posee tres de estos lujosos objetos. El resto, repartidos en diversos museos y colecciones privadas, son una verdadera incógnita.

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