cultura

Entrevista a Germán Martínez

El escritor y periodista platense acaba de publicar su tercer libro, La vida perdurable, que cuenta con humor las tribulaciones de un cura enamorado.

Tiene un estilo suelto, preciso, austero, que seguramente se fue forjando en muchos años de ejercicio periodístico. Pero Germán Martínez, además, cuenta con virtudes netamente literarias que hace que la lectura de sus libros sea entretenida, imaginativa, y deje en el lector preguntas e inquietudes varias. “La vida perdurable”, tiene como locación principal nuestra ciudad y desarrolla una historia que a más de uno le resultará conocida.

—¿Cómo fuiste construyendo al protagonista, Humberto Amorone, a partir de qué materiales?

—Bueno. La construcción fue natural. Se fue dando en un paralelismo bastante notorio conmigo mismo. El tipo tiene 57 años, una edad cercana a la mía, y algunas características de la opción por la soledad y una creencia religiosa, que en mi caso es bastante sui generis. Supongo que me echarían a patadas de una iglesia de conocer mis creencias y mi ideología, lo que no implica que no sea creyente. Repito, un creyente muy especial y con dudas, pero creyente al fin.

El celibato es casi un contrasentido: alguien que predica el amor entre los seres humanos tiene cercenada su posibilidad de enamorarse.

Absolutamente. De hecho ha sido una discusión dentro de la Iglesia y todos conocemos casos, algunos muy notorios, de curas con hijos, o de relaciones, ya sea heterosexuales u homosexuales. Y también lamentablemente el sistemático problema de los abusos que han causado inconvenientes inclusive al Vaticano, siendo un problema político que se le ha planteado al mismo Papa Francisco durante su pontificado. Y a otros Papas.

El humor atraviesa toda la novela, pero no perseguís el efecto cómico sino que desplegás una historia que tiene aristas dramáticas.

Allí por un lado también hay una cuestión natural y por otro lado un efecto buscado. Creo que el humor es clave para el estilo de escritura que propongo. Sostiene el relato y forma parte del dinamismo de la historia. El mejor ejemplo es el del padre Manuel Scotto y su debilidad por la “carne fresca”. Hay escenas de humor que lo rodean y finalmente su final es dramático. Ese contrapunto es algo que uno también aprende en la lectura. Recuerdo algunas novelas de Federico Jeanmaire, por ejemplo. Y tantas otras. Y es un poco la esencia del tiempo que nos toca transitar. Estamos entre la hilaridad y el drama todo el tiempo.

—¿Sos un espíritu religioso?

—Vuelvo al concepto de la creencia. De la fe. Podría decir que sí, pero con las dudas que el mismo Padre Humberto describe cuando se pregunta si existe una vida después de la muerte, que es lo que le toca pregonar. Tengo la sensación que existe algo superior, me gusta el ámbito de las iglesias, lo que no quiere decir que suscriba a sus conceptos históricos ni a que sea un feligres tradicional. Pero me genera una atracción fuerte y por así decirlo, un misterio a resolver.

—El libro echa mano a un clásico: el grupo de wsp de los compañeros de colegio. ¿Lo considerás una trampa de la nostalgia, o, por el contrario, son lazos que es necesario seguir manteniendo?

—Mirá, creo que es una de las maneras de intentar recuperar el tiempo pasado. Está bueno lo de trampa de la nostalgia porque no hay forma de recuperarlo. Sin embargo, hay experiencias interesantes. En el caso del protagonista, vuelve con el grupo la única experiencia de amor adolescente, que por más que no se haya concretado, no dejó de ser una historia de amor. Y despierta uno de los leit motiv de la novela, la nostalgia y el presente, el intento de recuperar el pasado y la imposición de la realidad.

—En pocos años te has vuelto bruscamente prolífico. ¿Cuándo te descubriste terreno fértil para las historias?

—Durante la pandemia leí en forma voraz. Y allí despertaron las ganas de escribir. Fue una necesidad. Además lo terminé volcando en “Hasta los setenta”, que es una historia autorreferencial. No es autobiografía pero remite a mi vida y a mis experiencias. Siempre me gustó escribir y creo que tantos años de radio me ayudaron a ordenar conceptos, palabras. Aunque suene cursi, uno en la radio modela el silencio. Cuando se enciende la luz roja es como una hoja en blanco, y con el tiempo adquirís oficio para economizar palabras, mensurar los tiempos. Creo que eso ayuda mucho a ordenar los conceptos a la hora de escribir. Después el desarrollo es otra cosa. Pero encuentro un paralelismo entre hacer radio y escribir.

Hoy por hoy, ¿te sentís más cerca del escritor o del periodista?

Por ahora, del periodista. La radio es lo mío. Vuelvo al tema del oficio, no sé si soy bueno o soy malo, pero oficio tengo. El estudio de radio es mi lugar natural. Allí me muevo con soltura, juego de local. En la escritura soy nuevo. Camino con convicción pero por ahora puede haber algunos tropiezos. Creo que en los años venideros puede darse vuelta la cosa. O por lo menos, también sentirme en casa cuando escriba.

—¿Qué le debés a uno y otro oficio?

—A la radio buena parte de la alegría de mi vida. De la convicción, de la autoestima. Estudié, me preparé y esencialmente, trabajé y trabajo con una pasión inclaudicable. Y ya te digo, creo que me ordenó la cabeza y los conceptos para largarme a escribir. El oficio de escritor todavía lo estoy construyendo. Una de las grandes diferencias es que lo que escribís queda para siempre, la radio tiene la magia y la profundidad de lo efímero..

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