Cultura

Irene, la emperatriz rebelde

Era temible, confusa y parecía un misil destructivo.

León IV ascendió al trono del Imperio Bizantino en el año 775, pero murió solo cinco años después, dejando como regente en nombre de su hijo ­Constantino, aún menor de edad, a su esposa Irene. Esta emperatriz era temible, confusa y parecía un misil destructivo. Al cabo de seis semanas de haber asumido el poder, fue víctima de una primera conspiración para destituirla y colocar en el trono a su cuñado, medio hermano del difunto emperador.

Tres años después, destronó a su propio hijo, a quien hizo primero cegar para luego asesinarlo, y continuó su reinado bajo el título de “Basileus”. Como durante su reinado los árabes y los búlgaros atacaron el Imperio Bizantino, trató de concretar alianzas con Occidente, llegando a pedirle matrimonio a Carlomagno. Su suerte acabó por abandonarla debiendo huir a la isla de Lesbos, donde pasó sus últimos días en tal nivel de pobreza que tuvo que arreglárselas para trabajar como costurera para subsistir.

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