Cultura

Jorge Cafrune, una muerte nunca aclarada

El Turco, como lo apodaban por su ascendencia árabe, fue uno de los exponentes del llamado boom del folclore argentino en los años 60. Su deceso dejó muchas preguntas.

La mañana del 31 de enero de 1978, Jorge Cafrune inició una travesía a caballo pretendiendo llegar desde Plaza de Mayo a Yapeyú –Corrientes – para rendir un homenaje a José de San Martín, pero no llegó: un camión lo atropelló en la ruta.

Llevaba en sus manos un pequeño cofre de madera que contenía tierra de Boulogne Sur Mer, lugar de fallecimiento del Libertador.

Este hombre de barba espesa y canosa, llevaba sombrero de anchas alas, un poncho abigarrado que dejaba al descubierto las botas acordonadas y una cuarta de las amplias bombachas; subió a su caballo con la naturalidad del que lo había hecho siempre.

Lo esperaban 750 kilómetros, que tenía previsto cubrir en veinticinco días, a un promedio de 30 kilómetros por día.

Antes de partir dijo: “Lo hago a caballo, pese a los adelantos técnicos, porque considero que el homenaje a San Martín tiene que ser una síntesis de ese hacer sacrificado que en el pasado fue ir a caballo. Y San Martín fue un señor de a caballo...”.

Empezó a cabalgar en dirección al Tigre. Durante diez kilómetros lo acompañó un grupo de jinetes del Círculo Criollo El Rodeo, de El Palomar, que había hecho traer a Buenos Aires un puñado de tierra de Boulogne Sur Mer.

Montaba un bayo de gran alzada, y a su lado iba Fino Gutiérrez, su compadre, en un alazán oscuro. Tarareaba a media voz, con esa voz adormilada y profunda, un aire criollo que a veces era huella y otras, triunfo. Era la encarnación genuina y perfecta del gaucho. Había grabado el Martín Fierro en un disco. Ahora lo era él.

Había nacido en Perico (Jujuy) el 8 de agosto de 1937. Había sido muchas cosas en su vida: camionero, mozo de bar, empleado de aserradero y dependiente de almacén. Pero, sobre todo, había sido cantor. Desde que Ariel Ramírez lo descubriera en 1957, y lo llevara consigo en una gira por todo el país.

Cinco años después sería revelación en Cosquín, y en 1965, contrariando los deseos de los organizadores, hizo subir por primera vez al escenario de ese festival, a Mercedes Sosa.

Aquel 31 de enero, Pedro Vallier haría el camino a Yapeyú en su automóvil Chevrolet, adelantándose a los dos jinetes. Estaba encargado de arreglar cada etapa del viaje.

La primera debía cumplirse en su finca de Escobar, El Rancho de Don Pedro. Cuando los dos hombres llegaron al Tigre, Vallier estaba esperándolos. Convinieron en que más tarde volverían a encontrarse en la barrera de Benavidez.

Desde ese punto, Vallier los guiaría hasta su casa. Se fue a prepararlo todo y los jinetes se quedaron unos momentos más para terminar la cerveza que estaban tomando. Con el último sorbo volvieron a montar y continuaron la marcha.

Mientras todo eso ocurría, en General Pacheco, Héctor Emilio Díaz terminaba de dar brillo con la gamuza a su camioneta Dodge.

Tenía 19 años, vivía con sus padres y su hermana. Trabajaba con su camioneta para una compañía de fletes. Declaró que esa noche iba a Ingeniero Maschwitz a visitar a su novia.

¿Accidente o asesinato?

“Encendé el farol”, pidió Cafrune a su compañero.Fino Gutiérrez sacó de sus alforjas un farolito de mecha y lo encendió sin detener el caballo. Cada vez que a la distancia brillaban los focos de un automóvil, Gutiérrez alzaba el farol y lo movía de un lado al otro para señalar la presencia de los dos en el camino.

Héctor Emilio Díaz guiaba su camioneta por la ruta 27. De pronto, las luces bajas le revelaron las espaldas de dos jinetes y las ancas de sus cabalgaduras, en el instante en que el jinete de la izquierda, tiraba de las riendas hacia la derecha porque su caballo amenazaba con trotar de costado y cruzarse sobre la ruta. Aparentemente Díaz no iba rápido, por eso nunca se supo bien por qué no frenó ante la aparición de los jinetes en la ruta, y golpeó con el paragolpe las ancas de los caballos. Cafrune cayó hacia adelante y fue pisoteado por el caballo, quedando de espaldas sobre la ruta. Fino Gutiérrez estaba muy golpeado, pero pudo acercarse a Cafrune y escuchar que éste le decía, con un hilo de voz: “Me muero, hermano. Cuídame al hijo...”.

Muchos años después se sigue discutiendo si se trató de un accidente o un atentado. Los que avalan esta última interpretación se basan en que el cantor era mal visto por la Dictadura, y que los vecinos de Héctor Emilio Díaz decían que muy asiduamente se lo solía ver en compañía de policías.

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