Cultura

El trágico final del maestro de Charles Chaplin

Max Linder fue el mayor cómico francés de la época del cine mudo. Su participación en la Primera Guerra Mundial cambió su vida para siempre.

su verdadero nombre era Maximilien Gabriel Leuvielle, nació en Gironde el 16 de diciembre de 1883. Tenía 12 años cuando apareció por primera vez en una película, y su actuación fue tan convincente que, a partir de entonces, los mayores directores franceses de la época lo convocaron de manera ininterrumpida.

Hizo una enorme variedad de pa­peles, desde apache a travesti, pero el personaje típico que acuñó fue el hombre de aspecto distinguido, con sombrero de copa, bastón y guantes, al que el azar empujaba a situaciones absurdas. Bastaba decir “Max” para que en Francia se supiera que se estaba hablando de él.

Tenía menos de 30 años cuando se convirtió en el actor mejor pago de Francia. Parecía que nada podía detener su estrella en ascenso, hasta que llegó la guerra. Fue llamado por su país para participar en la Primera Guerra Mundial. Lo que vio allí quedó para siempre empozado en su alma. Pudo leer en un diario la noticia de su propia muerte. Un periódico sensacionalista publicó, sin aclarar que se trataba solo de un rumor: “Murió Max Linder en el campo de batalla”. La información causó una verdadera histeria colectiva. Tardó un día en desmentirse. Ese repentino luto que agobió a Francia durante 24 horas fue la prueba del amor popular que había despertado este actor.

De regreso del frente, se fue a vivir a los Estados Unidos, en 1916, contratado por los estudios Essanay, que tenía entre sus actores a Charles Chaplin. Allí hizo varias películas notables, incluyendo una versión de Los tres mosqueteros. Max Linder ya no era el mismo. El fantasma de la guerra lo había ensombrecido para siempre. Ni siquiera mirar una y otra vez la foto regalada por Chaplin –quien había escrito en su reverso: “Al único Max, el maestro, de su alumno, Charles Chaplin”– alcanzaba para arrancarlo de su estado depresivo. Fracasados todos los tratamientos ­psiquiátricos contra la depresión, comenzó con el consumo de drogas, arrojándose a una espiral descendente que lo llevaría a la autodestrucción.

Hacía dos años que se había casado con Helen Peters cuando Max le propuso “unirse para ­siempre”. Ella no entendió, ­entonces él agregó: “Darse una nueva oportunidad”. Como ella seguía sin comprender, él le explicó, tomándola de la mano, pero con la ­frialdad de un médico que indica lo último que se puede intentar. No cuesta imaginarla a ella asintiendo con ojos vidriosos. El 31 de octubre de 1925, Max ­Linder y Helen Peters miraron ­juntos París desde el cuarto piso del hotel Baltimore, en la avenida Kleber. Sería la última vez que lo harían. Cumplieron lo que habían pactado: inyectarse una sobredosis de veronal.

Noticias Relacionadas