cultura

Josip Broz, un mariscal en Berisso

Desde la Segunda Guerra Mundial y hasta su muerte en 1980, el mariscal Tito fue el hombre fuerte de Yugoslavia. Aquí una reconstrucción de su paso por nuestra región y su pasión Pincharrata.

Manuel “Nolo” Ferreira fue un centrodelantero legendario: con sus cien anotaciones, resultó uno de los mayores goleadores de la historia del club Estudiantes de La Plata. Una tarde del otoño europeo de 1968 estaba en su habitación de hotel en Belgrado -como integrante de la comitiva que acompañaba al equipo campeón del mundo en su gira por los Balcanes- cuando recibió la invitación para ir al Palacio Nuevo, sede del gobierno yugoslavo.

Se decían muchas cosas del mariscal Tito. En Argentina se hablaba insistentemente del carácter autoritario de su gobierno. Pensando que se trataba de un malentendido, quiso aclarar su situación, pero la barrera infranqueable del idioma hizo que desistiera del intento. De pronto parecía fatigado y envejecido, con la torcida corbata roja con pintas blancas molestándole el mentón. Miraba callado la sonrisa del chofer en el espejo retrovisor, y ese cuerpo gigantesco que estaba a su lado, de contextura recia, que nunca supo si se trataba de un guardaespaldas o de un funcionario. El auto bordeó la plaza Andrićev Venac y se detuvo ante el Palacio, donde se decidían los destinos de ese extraño país. Luego de una tensa espera, un hombrón uniformado con los brazos en alto le dijo en confuso español: “Maaeesstroo” (sic). El mariscal Tito le dio un abrazo fuerte y, conmovido, le aclaró: “A usted lo vi jugar muchas veces en La Plata. Jamás voy a olvidar a ese equipo”.

Ferreira, sin poder salir de su asombro, vio como el hombre fuerte de Yugoslavia de pronto contrajo la boca y, buscando sus ojos, recitó como un alumno ejemplar, uno por uno, la formación de aquel equipo.

Durante más de cuarenta años el dirigente comunista Josip Broz presidió Yugoslavia, esa federación de repúblicas de la que fue artífice y líder. Un político de temperamento acerado y visión de estadista. Encabezó en su patria la resistencia al nazismo, pero también fue capaz de enfrentarse a Stalin. En una célebre carta, le dijo al líder soviético: “Deje de enviar personas a matarme. Ya hemos capturado a cinco, uno de ellos con una bomba, y otro con un rifle. Si no deja de enviarme asesinos, enviaré uno a Moscú y no tendré que enviar un segundo”.

Tito nació el 7 de mayo de 1892 en Kumrovec (actual Croacia). Su temprana adhesión al socialismo le significó persecución política. Por hacer activismo contra la Primera Guerra Mundial, pasó varios años en un campo de trabajo en los Montes Urales.

De allí saldría como integrante del Ejército Rojo, creado por Trotski para afianzar la Revolución Rusa. De regreso a su país, en 1928, fue condenado por “actividades sediciosas”. Se escapó embarcándose (con pasaporte falso, en el que figuraba con el nombre de pila “Walter”) en el buque Principessa María, rumbo a Argentina. Recaló en Berisso, donde inició una etapa de su vida envuelta por el misterio.

Consiguió empleo en el frigorífico Swift, en turnos de doce horas. En un comienzo lo llamaron “el Ruso”, pero al poco tiempo lo bautizaron “Tito”, apodo que mantuvo hasta el final de su vida, como una bandera con la que lo hubieran honrado sus compañeros de clase.

El diario Hoy, en 1999, reunió testimonios de algunos de los que habían sido sus vecinos en Berisso. Jaime Sternovich dijo: “Yo sé que el mismísimo mariscal Tito vivió en Berisso escondido de los yugoslavos que lo perseguían por ser comunista”. Otro vecino, Tonka Baric, dijo que Tito se alojaba en una pensión popularmente conocida como “la del Turco”, en la calle Nueva York, y que comía casi todos los días en el restaurante “El Águila”, cerca de la pensión. Otra de sus rutinas era juntarse con el ruso Vania Kalinoff, en el bar Dawson, ubicado a unos 50 metros del frigorífico Swift.

Noticias Relacionadas