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Julio Argentino Roca: entre el progreso y el crimen

Es considerado responsable de un genocidio. Bajo su gobierno se estableció la enseñanza primaria gratuita y libre.

Julio Argentino Roca fue uno de los artífices de la Argentina moderna. Nacido en Tucumán en 1943, hizo una notable carrera en el Ejército nacional, al que se incorporó en 1858. Participó en el frente en la llamada Guerra de la Triple Alianza, en la que nuestro país, junto a Brasil y Uruguay, ahogaron en sangre el intento paraguayo de construir un país con desarrollo nacional. En 1866, ascendió a mayor, luego del combate de Curupaytí; en 1871, luego de la batalla de Ñaembé ganó el grado de coronel, y en 1874, cuando cumplió 31 años, fue ascendido a general en el campo de batalla de Santa Rosa, donde derrotó a las fuerzas rebeldes que apoyaban a Bartolomé Mitre.

Cuando era pequeño, se levantaba antes del alba y se vestía en la oscuridad de la noche para que nadie se enterase de sus travesuras. Luego, sin escrúpulos, se declaraba inocente. Algunos piensan que desde entonces le quedó el apodo de “Zorrito”. Cuando cumplió nueve años se produjo la batalla de Caseros y la suerte de su familia cambió radicalmente. Su padre, don José Segundo, se ganó la confianza de Urquiza, quien le pidió que se trasladara con su familia a Concepción del Uruguay. Allí Julio ingresó al Colegio Nacional, uno de las más prestigiosas instituciones educativas de la época.

En 1878, como ministro de Guerra y Marina, encaró la mal llamada “Conquista del desierto”, que concluyó a mediados del año siguiente. En ese contexto se consolidó el Estado argentino; nuestras instituciones de gobierno, incluyendo a las de la política específica indígena, son herederas de una estructura montada sobre el genocidio. No obstante, la conquista de territorios pertenecientes históricamente a los pueblos originarios le permitió a Roca lanzar su candidatura presidencial dos años después, apoyada por el Ejército y la mayoría de los gobernadores provinciales, aunque férreamente resistida por el gobernador Carlos Tejedor, quien también se había postulado como candidato presidencial.

En una entrevista publicada por el periódico Le Courier en La Plata, dirigido por Paul Groussac, a quien historiadores como Félix Luna le atribuyen la autoría de la entrevista, Julio Argentino Roca decidió someterse por primera vez a lo que él mismo después calificó como “interrogatorio público”. Por su parte, el reportero lo describió como un pensador algo taciturno, a quien agradaban poco las reuniones numerosas, las fiestas públicas y que apenas sabía disimular el fastidio que le causaban las exigencias a las que lo obligaban su “posición”. Sin embargo, a diferencia de la mayoría de los militares, no sentía un amor incondicional al uniforme y evitaba cualquier tipo de reconocimiento; más bien, se mostraba como un hombre frío y reservado.

“Caminar adelante”

Un año antes de lanzar su candidatura a la presidencia, aún no estaba en los planes de Julio Argentino Roca ocupar ese cargo, aunque presentía algo, una intuición que jamás lo había engañado y a la que le debía toda su carrera militar. “A pesar de la presencia en la primera fila de hombres más ilustrados que yo, podría ser necesario representar las aspiraciones nacionales, que son el orden, la paz y la unidad de la Patria”, decía. Y, permitiéndose citar al poeta español Francisco Quevedo, afirmaba: “Para ser seguido es preciso caminar adelante”.

Este hombre de carácter poco expansivo, que prefería escuchar a hablar (una reserva nacida quizás de un sentimiento de circunscripción), llegó a ser dos veces presidente, entre 1880-1886 y 1898-1904. Fue un hombre signado por la contradicción: llevó adelante la política educativa sarmientina, casi con el mismo ahinco con que convirtió en desierto las tierras en las que ancestralmente vivían nuestros aborígenes.

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