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Los volcanes de Córdoba
En la región mediterránea de las sierras de Pocho conviven conos de volcanes antiguos con palmeras. Un análisis de uno de los rincones más exóticos de nuestro país.
Los volcanes de las sierras de Pocho y Los Cóndores no solo estuvieron activos en momentos diferentes de la historia geológica de Córdoba, sino que se emplazaron a lo largo de dos zonas de debilidad o sistemas de fracturas diferentes. Las rocas fundidas, los fluidos y gases que circularon a través de estos dos sistemas fueron también muy diferentes.
Entre los curiosos palmares que habitan el departamento de Pocho, sobre la ruta provincial nº 28, cinco volcanes inactivos dan muestras de un paisaje que no se repetirá en otra zona de la provincia de Córdoba.
Agua de la Cumbre, Ciénaga, Poca, Yerba Buena y Véliz son las denominaciones de estas bellezas únicas que a veces tientan a los aventureros escaladores ansiosos por descubrir experiencias y postales nuevas.
El Ciénaga, de 1.300 metros de altura, da la bienvenida con su forma cónica; el cerro Poca, de 1.600 metros, oculto entre los denominados Cerros Azules; y el Yerba Buena, que con sus 1.760 metros sobre el nivel del mar es el punto más alto de las sierras de Pocho.
Los volcanes de esa región aparecen asociados al sistema de fallas geológicas del oeste de Córdoba. Estos se componen de rocas de composición intermedia (calcoalcalina), y la más común se denomina andesita.
Estas rocas derivan de la fusión de dos tipos de materiales. Por un lado, los que se acumulan en la trinchera oceánica, que representa el límite entre placas, hoy ubicada cerca de la costa chilena, y son transportados en profundidad a través del hundimiento de una placa oceánica (más densa y pesada) por debajo de otra placa continental (más liviana). Y, por el otro, la misma corteza oceánica, mientras se encuentre hidratada. Este proceso de hundimiento de placas se conoce en la literatura como subducción.
En el departamento de Pocho, la localidad de Las Palmas se destaca por la extraña vegetación que la habita. Uno de sus atractivos indiscutibles es la antigua capilla, cuya construcción data de 1700 y aún conserva los muros de adobe que formaron parte de la construcción original. En su exterior sobresale el campanario, que fue reconstruido, y en el interior, sus decorados en madera junto a las imágenes de antaño.