cultura

Miguel Abuelo, un himno a nuestro corazón

Comenzó como un chico de la calle que cantaba folclore y terminó siendo uno de los símbolos del llamado rock nacional.

El 21 de marzo de 1946 nació en Munro un saltimbanqui de la canción, un volatinero de la palabra, un poeta que unió las partes rotas de su espejo interior, un nieto de todos los asombros, un abuelo de la nada. Su madre, Virginia Peralta, había venido de Salto, a 189 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires. Ni bien se enteró de su segundo embarazo, supo que si era varón lo llamaría Miguel. Nadie se lo discutiría. Era madre soltera. Ni siquiera sabía con precisión quién era el padre.

uego del parto le diagnosticaron tuberculosis, y fue internada en el hospital Tornú. En tanto, a Miguel lo enviaron primero al preventorio Manuel Rocca, en Floresta, por el riesgo cierto de que él pudiera también contraer la enfermedad; luego fue a un reformatorio manejado por monjas.

Muchos años después, Miguel contaría que fue acogido en su propia casa por el director del reformatorio, con quien vivió hasta los 12 años. Su hermana, la cantante de folclore Norma Peralta, quiso arrancarlo de la ceguera de andar desbrujulado y torvo. A los 13 años había abandonado la escuela, y se aficionó a las peleas callejeras. Ella fue quien lo introdujo en el mundo de los libros: “Me despertó el espíritu libertario que da derecho al pensamiento”, diría Miguel más tarde. Con ella armó un dúo con el que se presentaban en peñas.

Se fue a vivir con pintores, estudiantes y músicos a la pensión Norte, en el centro de la ciudad de Buenos Aires. Allí solía ir el poeta Pipo Lernoud, con quien escribiría sus primeras canciones. Una de ellas fue Estoy aquí parado, sentado, acostado, la cual, como recuerda el propio Lernoud, fue “resultado de una semana pasada en la cárcel de Villa María, Córdoba, por delito de pelo largo y pinta sospechosa y viaje a dedo”, y que integró el primer puñado de canciones que grabó con Los Abuelos de la Nada. El nombre de la banda fue tomado de la novela El banquete de Severo Arcángelo, de Leopoldo Marechal, en el que un personaje le dice a otro: “Algún día tendré que llamarlo a usted padre de los piojos y abuelo de la nada”. En el grupo participaron, como guitarristas, Claudio Gabis y Pappo. Fue precisamente este último quien quiso darle a la banda un sesgo exclusivamente blusero, a lo que Miguel Abuelo se opuso: “Entonces, seguí vos con el grupo. Yo tengo una coctelera de ritmos en mi cabeza”.

Luego vendrían los años en Europa, del que quedaría un solo disco, Miguel Abuelo y Nada, grabado en París en 1974, acompañado por un guitarrista platense, Daniel Sbarra, quien recordaría, años después: “Yo acababa de llegar de Inglaterra, y Miguel andaba buscando un guitarrista para los solos de un disco que estaba grabando. Merodeó unos bares de París donde se juntaban músicos y alguien le dio mis coordenadas, así que me llamó y nos conocimos”. Miguel Abuelo itineró por distintas ciudades. En Francia trabajó recolectando uvas a cambio de un lugar donde dormir; en Inglaterra tuvo su único hijo; en Barcelona tuvo un papel secundario en el musical español Hair; en Ibiza estuvo preso por indocumentado. A principio de los ochenta decidió regresar a Buenos Aires y refundar Los Abuelos de la Nada –con producción de Charly García, en una primera etapa–, pero con otra formación y muy distinto objetivo, como dijo Pipo Lernoud: “Con el calculado propósito de ser livianos y digeribles, cosa que no pasaba con los Abuelos originales”.

De la pensión Norte a La Cueva, de La Perla del Once a Plaza Francia, Miguel Peralta fue uno de los integrantes del núcleo inicial del rock en nuestro país. Un artista que aportó una poética personal y áspera, osada y embriagante. Andrés Calamaro lo describió así: “Miguel estaba lleno de pájaros y poesía, tenía barrio y cielo. Cuando cantaba, resplandecía. Y los ojos le cambiaban”.

Paladín es un libro publicado en Barcelona en 1977, pero que permanece inédito en nuestro país. Poemas que hablan de la melancolía y secretos que corren como la sangre invisible.
Miguel Ángel Peralta murió el 26 de marzo de 1988, cinco días después de haber cumplido los 42 años. Quería que su sueño eterno fuera entre caracolas y estrellas de mar, por eso su cuerpo fue cremado y sus cenizas fueron arrojadas al mar por su hijo Gato Azul y su sobrino Chocolate Fogo.

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