cultura

Un Premio Nobel guionista de cine

William Faulkner no solo fue uno de los novelistas más adaptados para el celuloide, sino que él mismo fue autor de numerosos guiones.

William Faulkner fue uno de los mayores prosistas nortea­mericanos del siglo XX –te­niendo en Latinoamérica admiradores de la talla de Borges, García Márquez y Onetti– y gran parte de su obra fue trasladada al séptimo arte.

El primero de sus libros en llevarse al cine fue Santuario. Dijo Borges a propósito de esta obra: “Hay libros que nos tocan físicamente, como la cercanía del mar o de la ma­ñana. Este, para mí, es uno de ellos”. La adaptación se tituló Secuestro, y es de 1933. Una película censurada en algunos estados de Norteamérica por considerarse que la manera de mostrarse la historia del rapto y la violación de la protagonista era moralmente inaceptable. La película fue reversionada en 1961, con el título Réquiem para una mujer, con la actuación de Yves Montand.

En 1949 se estrenó Han matado a un hombre blanco, adaptación de la novela Intruso en el polvo, sobre la discriminación racial en el sur de los Estados Unidos. Ángeles sin ­brillo, de 1957, está basada en la octava novela de Faulkner –Pylon–, que cuenta el romance entre un aviador y una paracaidista, interpretados por Rock Hudson y Dorothy Malone.

Un año después se estrenó El largo y cálido verano, adaptación de varios relatos enhebrados para contar la historia de un pirómano intentando escapar de su propia fama. El elenco estuvo encabezado por Paul Newman y Orson Welles.

Hollywood fracasó estruendosamente en las dos oportunidades que llevó a la pantalla la novela más célebre de Faulkner, El ruido y la furia, demostrando una vez más cuán distintos son el lenguaje literario y el cinematográfico.

Los rateros, una novela publicada en 1962 –la última escrita por William Faulkner–, por la que se le concedió, por tercera vez, el Premio Pulitzer, fue adaptada por el director Mark Rydell, con Steve McQueen como protagonista.
Pero también Faulkner escribió sus propios guiones. Lo alentaba el dinero con el que podía comprar tiempo para escribir sus libros. También valoraba la ventaja de poder trabajar desde su casa. En una carta del 16 de marzo de 1935, dijo: “Nunca he aprendido a escribir películas, ni siquiera a tomármelas muy en serio. Creo que en este momento necesito dinero, y esta es la única razón por la que intentaría hacer este trabajo o cualquier otro en el cine”.

En ese sentido, adaptó Tener y no tener –novela de Ernest Hemingway–, película que fue interpretada por la dupla Humphrey Bogart y Lauren Bacall, quienes también protagonizarían otro de sus guiones, El sueño eterno, basado en la novela de Raymond Chandler. El 26 de febrero de 1946, escribe: “Como estoy a punto de quedarme sin dinero, es posible que siga yendo a Hollywood”, y así lo hace, para escribir El camino de la gloria, película desarrollada en el contexto de la Primera Guerra Mundial; Redención, sobre el comercio de esclavos; la célebre Gunga Din, basada en el libro de Rudyard Kipling; El sureño, sobre ese ambiente que conocía tan bien, las plantaciones de algodón; Tierra de faraones, que terminó de escribir en el palacio que un millonario egipcio cedió para la filmación.

Hollywood le dejó muy pocos buenos recuerdos. Uno de ellos, los muchos whiskies compartidos con Humphrey Bogart.

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