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Una escritora que se alzó contra la opresión de una época

Bozena Benesova fue una autora checa que parecía condenada a los estrechos límites de la vida doméstica, y tuvo el coraje de lanzarse contra todas las convenciones.

Cuentista y novelista checa, Bozena Benesova fue la primera figura de la literatura femenina en su país, no porque se apoyase en un feminismo entonces en alza, sino porque en muchas de sus narraciones describe los fracasos de las mujeres idealistas, traicionadas por las realidades de su vida. El tema más recurrente de su obra es la evocación de la infancia entristecida, no por las restricciones sociales, sino por sus secretos dramas internos. En ese sentido, sus novelas fueron muy ambiciosas: Un hombre, publicada en 1920, expuso el drama existencial de un individuo que busca apasionadamente qué sentido puede darle a su vida. Asimismo, su trilogía La segunda, Las llamas subterráneas y El arcoíris trágico evocan la evolución de la sociedad checa desde principios del siglo XX hasta el nacimiento de su patria como nación independiente.

Tenía 37 años cuando se publicó su primera colección de cuentos en 1910. Cada cuento de ella convoca un universo propio que se crea para el solo propósito de conferirle existencia. Pronto se apoderó de ella la inevitable avidez de riqueza, de visceral alegría cuando las palabras se enhebran en una música y son las que corresponde -ni una más, ni una menos- y la historia nace y se desarrolla con vida propia, ese proceso de gestación que la escritora argentina Luisa Valenzuela describe así: “Una fuerza creadora que va armando un tejido, juntando los hilos de palabras hasta que el dibujo aparece, nítido, y el tapiz queda encuadrado y separado del magma de fondo”.

Benesova era la segunda de 11 hermanos y había buscado el aislamiento de la despensa de la casa familiar para sus primeros intentos de escribir cuando era niña. Allí reinventaría su mundo; sin embargo, sus padres nunca pudieron entenderla ni la apoyaron y vieron su infatigable talento y su sed de conocimiento como obstáculos desafortunados en el camino predeterminado de su hija hacia el matrimonio y la maternidad.

En 1893, cuando se casó, aún conservaba la esperanza de escapar de la atmósfera sofocante de su pequeña ciudad natal y hacer realidad sus sueños. Pero en lugar de entrar en la escena artística y cultural de Praga, se encontró atrapada en aburridas tareas domésticas a las que la condenaba su condición de esposa de un empleado de ferrocarril que exigía devoción a la familia. Una vez más buscó refugio en la escritura. Los primeros intentos de publicación, sin embargo, chocaron contra duras negativas de las editoriales.

Un punto de inflexión llegó cuando conoció a Ruzená Svobodovà, una feminista activa y figura central en la escena artística de Praga. Svobodovà la animó a escribir, incluso frente a la oposición familiar, y la ayudó a encontrar trabajo como periodista y traductora. Benesova inicialmente editó el suplemento de Women’s Revue y luego escribió reseñas de libros y teatro. Sin embargo, su propia obra literaria siguió siendo más importante para ella que las labores a las que debía echar mano para sobrevivir. En poemas y cuentos con rasgos autobiográficos se centró en particular en las luchas de las mujeres jóvenes por liberarse de las convenciones opresivas de un entorno hostil.

Una trilogía de novelas que abordó el período de la Primera Guerra Mundial ganó el Premio Nacional Checo. Los acontecimientos de estos años de guerra provocaron una reorientación estética y una redefinición de la relación entre arte y realidad. Benesova aplicó cada vez más normas éticas a sus escritos y, por tanto, intentó transmitir en su prosa los valores de una sociedad que urgía humanizar en profundidad. Atenta a cualquier posible desafío a este ideal social, reconoció tempranamente la amenaza que planteaba el nacionalsocialismo en Alemania y firmó el primer llamamiento de los escritores checos contra el fascismo. Benesova no experimentó los desastrosos acontecimientos que siguieron; murió tras una larga enfermedad en 1936. En sus últimos meses continuó trabajando y dictó las últimas escenas de la historia Don Pablo, Don Pedro y Vera Lukašová, que luego sería filmada.

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