La Argentina de los peronismos y una reseña en retrospectiva

El último Día de la Lealtad reconfiguró las fronteras del Frente de Todos. El kirchnerismo, columna vertebral del Gobierno nacional. Liturgia, historia y “unidad”.

La conmemoración, el último lunes, de un nuevo aniversario del Día de la Lealtad Peronista, puso en escena una vez más el carácter heterogéneo y la dinámica interna del espacio político más importante de la Argentina, en una coyuntura que obliga al Frente de Todos (FdT) a reconfigurar sus propias fronteras en el ejercicio del poder.

Como reflejó diario Hoy en su edición del pasado 17 de octubre, el kirchnerismo, como columna vertebral del Gobierno nacional (que también integran “albertistas” y “massistas”), acaparó el centro de la atención política en la Plaza de Mayo y en las calles, en el marco de una jornada que renovó la liturgia peronista, pero que no estuvo exenta de divisiones internas que se reflejaron en la organización de múltiples actos.

Algunos tuvieron como protagonistas a los gobernadores y las expresiones provinciales del PJ. Otros, a los sindicatos y movimientos sociales que comulgan con las distintas vertientes del FdT.

¿Son las proclamas de “unidad” del “panperonismo” un elemento cu­ya sola mención garantice la cohesión interna necesaria para enderezar desde el Estado el rumbo socioeconómico de un país que inten­ta recuperarse de una crisis sobre to­do heredada, pero también autogenerada?

Un esbozo a modo de respuesta: el poder, como la libertad, solo adquiere sentido cuando se ejerce, y ese ejercicio ofrece resultados más sólidos cuando se basa en la unidad de los actores que lo ostentan.

Muchos dirigentes que militan en el FdT se preguntaron si esta nueva efeméride, que rememora una jornada épica, energizará el operativo resurrección que el oficialismo nacional comenzó algunos meses atrás con un giro de 180 grados, el cual incluyó cambios y enroques en el gabinete y la profundización de políticas orientadas a la inclusión social de los sectores más vulnerables y gran parte de la clase media.

La redacción y exposición del documento que convocó a la “unidad nacional” puede servir como un mojón en la antesala de un año electoral crucial, en el que el desafío de los principales hombres y mujeres del FdT es minimizar los desacoples que comenzaron a visibilizarse cuando el cristinismo puro se opuso al acuerdo de la Casa Rosada con el FMI, en el primer cuarto de un año que comenzaba a dejar atrás los efectos devastadores de la pandemia y comenzaba a sufrir los estragos de una inflación creciente.

La consecuencia de ese episodio ya es parte del diario del lunes: la renuncia del diputado y líder de La Cámpora, Máximo Kirchner, a la presidencia del bloque oficialista en la Cámara baja y la sensación de que los trapitos comenzaron a lavarse de la puerta para afuera, un síntoma de desgaste típico de un frente político que, al igual que la oposición, tuvo que aggiornarse a los nuevos tiempos, enterrar (¿para siempre?) la antigua lógica del bipartidismo y recurrir a sistemas de alianzas y acuerdos difíciles de tejer cuando hay muchos intereses en juego y las cuentas de la macroeconomía no cierran.

Estado popular y movimiento social: un espejo de la historia

Para intentar poner en relieve la coyuntura actual, vale la pena ensayar unas líneas que den cuenta de la génesis del movimiento político más importante de Latinoamérica y su desarrollo en el tiempo.

El justicialismo se traduce en un fuerte intervencionismo estatal, que, a mediados del siglo XX, de la mano de Juan Domingo Perón, tomó las riendas de una Argentina que transitaba la agonía de la Década Infame. La consolidación de la movilidad social ascendente se dio tras un complejo proceso de consolidación institucional que incluyó en nombre de la unidad a distintos actores: el pueblo desposeído, los sindicatos, el Ejército y la Iglesia –por lo menos hasta la ruptura de principios de los 50–.

El Estado peronista fue la respuesta a las demandas sociales surgidas de las entrañas de esa “masa” sin conciencia de clase ni identificación partidaria que exigía en voz alta la atención de la dirigencia política argentina.

El legado histórico que simboliza el Día de la Lealtad refleja la unión de un pueblo con su líder y el nacimiento de un proyecto estatal ambicioso en sus fines. Los deseos de participación ciudadana e integración de las clases bajas se vieron representadas en ese peronismo germinal, que se materializó en un sistema de organización política, económica y social sin precedentes; un Estado que ejerce el poder desde arriba, legitimándolo desde abajo a través de la inclusión de los que menos tienen. Más aun: en la interacción recíproca de la sociedad civil con la clase política. El poder, en ese aspecto, es una fuerza conjunta que se manifiesta en determinado sentido. ¿Cuál es ese sentido? La explicación es compleja y el derrotero de la historia argentina da prueba de ello.

Un intento por definir el peronismo actual y sus múltiples vertientes refleja el grado de dicha complejidad, pero, ante todo, se trata de un movimiento social materializado en un Estado y, en ese aspecto, el justicialismo se erigió como la reivindicación de la clase trabajadora y dirigió su proyecto histórico en pos de ese postulado.

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