Las clases vuelven a ser la piedra de la discordia
El breve período de aislamiento estricto relegó temporalmente el debate por la presencialidad. Sin embargo, el tema retornó con fuerza y, una vez más, los intendentes bonaerenses, tanto oficialistas como opositores, deberán tomar posiciones.
Más de un intendente de la provincia de Buenos Aires se habrá sentido secretamente aliviado cuando el Presidente Alberto Fernández anunció nueve días de aislamiento estricto y el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, avisó que esta vez sí iba a suspender las clases en las escuelas. Es que el tema es incómodo para todos: oficialistas y opositores. Y estos nueve días suponían una tregua, un período en que la discusión sobre la presencialidad o la virtualidad quedaba de lado.
Pero ayer se terminó ese recreo. Y, a partir de hoy, la modalidad de las clases en el contexto de la pandemia de Covid-19 vuelve a quedar en el centro del debate político, para bien y para mal.
Aunque algunos funcionarios alineados con Rodríguez Larreta sobreactúen la preocupación por la educación indicando que es impostergable la presencia de los chicos en las aulas (el jefe de Gobierno porteño lo definió como algo “de vida o muerte”, una frase poco feliz) y otros, oficialistas, procuren apoyar sin ambages las medidas del Gobierno, lo cierto es que se trata de una cuestión compleja. Y, además, imposible de evitar. Porque los millones de ciudadanos con hijos en edad escolar exigen definiciones, unos en un sentido, otros en el sentido opuesto.
Los intendentes oficialistas tuvieron que enfrentar el dilema de apoyar al Gobierno sin dejar de reconocer que muchos vecinos estaban hartos de que las clases fueran virtuales; los opositores, a la inversa, tuvieron que buscar el equilibrio entre el alineamiento con la postura de Rodríguez Larreta y la certeza de que en sus distritos mucha gente temía mandar a sus hijos al colegio con el coronavirus dando vueltas y prefería la virtualidad.
Ante esta situación, algunos buscaron el bajo perfil, otros asomaron más audazmente al escenario. Pero todos tuvieron que asumir una posición, al menos, de cara a sus ciudadanos.
Hasta los más fieles quedaron descolocados en algún momento.
Se recuerda, por ejemplo, que un grupo de intendentes del Frente de Todos del Conurbano bonaerense propuso que las clases fueran presenciales pero la asistencia no fuera obligatoria; pocos días después, cuando Alberto Fernández decidió endurecer las medidas y decretar la suspensión de la presencialidad en toda el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA), aparecieron como tibios.
Por su parte, varios intendentes de Juntos por el Cambio hicieron presentaciones judiciales, intentando replicar en sus distritos lo que Rodríguez Larreta había hecho en la Ciudad. Era más gesto simbólico que convicción, como lo demostró la rapidez con que Gustavo Posse, de San Isidro, anunció que acataría un fallo adverso.
Por nueve días todo esto quedó, temporalmente, olvidado. Pero ahora la cuarentena terminó, y la Nación y la Ciudad ya se trenzaron otra vez por la cuestión de la presencialidad. En la provincia de Buenos Aires el tema volvió al ruedo.
Se terminó el recreo, y los intendentes tendrán que volver a pasar a dar lección.