Cultura

Cine de ladrones

Numerosas películas tomaron el robo como materia prima de sus ficciones, logrando que los espectadores vean con gusto en la pantalla grande lo que repudian en los informativos televisivos.

El desafío a la ley y el orden está en la base de las películas policiales, un género en el que abundan los atracos, robos y demás violaciones contra la propiedad, y que fue bautizado hacia los 50 como caper film por los anglosajones. Se trata de una forma moderna, hasta tardía, del policial en el cine, relanzándolo a una popularidad que se sostiene aún hoy con admirable vigencia.

Se suele citar como partida de nacimiento del cine policial la película Asalto y robo de un tren, de 1903, un montaje paralelo entre un sheriff y una serie de forajidos que detenían un tren para saquear a los pasajeros. Pero es a comienzos de los 50 que proliferan películas en las que bandas de ladrones profesionales, de formación y composición social muy variable, planean un atraco que juega con la idea de crimen perfecto. Frecuentemente se cita como punto de partida para los filmes de atracos Mientras la ciudad duerme, una película de 1950 dirigida por John Huston, que abrió una saga de ­películas con robos planificados y consecuencias catastróficas, que hasta la actualidad el cine homenajea saqueándolo una y otra vez.

En El golpe, película norteamericana de 1973, Paul Newman y Robert Redford logran que el robo se parezca bastante a un acto de magia. Nos hace participar de un engaño nacido más de un sentimiento de justicia que de la avidez monetaria. El placer no radica en la sorpresa de la puesta en escena, sino en la perfección del plan.

Ladrones hubo siempre en el cine argentino, y el cine clásico los presentaba en contraste con la institución policial, la protección familiar y el amparo de las leyes. En Fuera de la ley, de Manuel Romero, la oposición hijo-delincuente y padre-jefe de Policía marcaba el camino a seguir. El personaje del vástago, encarnado por José Gola, un joven díscolo y automarginado que no tiene lugar dentro de una sociedad ordenada, termina su faena ultimado por un soplón de la Policía, segundos antes de que intentara asesinar a su padre.

El cine argentino mostró personajes que delinquían y robaban joyerías, como El pájaro cantor –interpretado por Roberto Escalada–. En Apenas un ­delincuente, una película de 1949, un empleado de una compañía de seguros roba en su lugar de trabajo, esconde el dinero, es apresado y llevado a la cárcel, conoce a otros presos que conocen los motivos de su reclusión, huye con ellos, recupera el botín y, finalmente, termina asesinado por la Policía. El círculo se cierra: no hay oportunidad alguna para el “sálvese quien pueda” y para quienes desean apartarse de una sociedad constituida por la familia y una Policía que custodia la marginalidad.

Industria nacional

El cine argentino también se ocupó de robos hechos con sentido de justicia social. Son los casos de Mate cosido, con Carlos Cores, y ­Bairoletto, la aventura de un rebelde, de Atilio Polverini, en las que el dinero de los asaltos y robos a los hacendados y terratenientes será repartido entre quienes tienen menos. En contraste con ellos, Leopoldo Torre Nilsson presenta La maffia y El Pibe Cabeza, filmes en los que se reconstruyen los años 30 con Capones y Dillingers de cabotaje. Se trata de las historias de Chicho el Grande y Chicho el Chico, y la del peluquero Gordillo, expertos en asaltar bancos y familias adineradas.

“Cairo es un chorro derecho” es una frase que dice el comisario de Noches sin lunas ni soles, de José Martínez Suárez, estupendamente personificado por Lautaro Murúa. El aludido en la frase es un veterano ladrón (Alberto de Mendoza), que tiene como objetivo dejarle una parte del botín a los padres de su amigo, un compañero delincuente que se está muriendo. Los personajes de Murúa y De Mendoza son opuestos y complementarios: ambos están obsesionados por el dinero y se respetan mutuamente, y por esa razón se enfrentarán cara a cara en un duelo que reconstruye la memoria del western.

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