CULTURA

Humphrey Bogart un duro muy tierno

Según el American Film Institute, es el actor más importante de los primeros cien años del cine norteamericano. Obtuvo un Óscar con La reina africana, pero su papel en Casablanca lo inmortalizó.

Nació el 25 de diciembre de 1899 en Nueva York, hijo de una conocida ilustradora de revistas y de un prestigioso cirujano cuyo mayor deseo era que continuara el legado familiar y estudiase Medicina. Pero el feroz temperamento de Humphrey provocó su temprana expulsión de la Academia Phillips, y sus padres no tuvieron más remedio que enviarlo a la marina estadounidense.

A los 18 años, cuando lo llamaron para combatir en la Primera Guerra Mundial, era de de apariencia débil, con unas facciones irregulares pero delicadas. Cuando le dieron la noticia, sus grandes ojos claros que, en los momentos tranquilos, denunciaban una seductora reflexión, en aquel momento reflejaron un terror profundo. Demasiado orgulloso para hablar de sus penas con nadie -mucho menos con su familia-, trepó solo la cuesta del dolor. En pleno combate, sufrió un accidente en una embarcación que dejó paralizado su labio superior, convirtiendo esta dificultad física en una significativa manera de hablar. No obstante, cuando regresó a la Gran Manzana, su amigo William S. Brady le reveló la mejor manera de desafiarse a sí mismo: comenzar su carrera de actor.

Comenzó haciendo teatro. Nunca en su vida una sensación dichosa lo había conmovido tanto como la actuación. Hollywood lo descubrió cuando subía al escenario para actuar en El bosque petrificado. La obra teatral fue llevada al cine en 1936. Fue su primer éxito cinematográfico. El director fue Archie Mayer, y le tocó interpretar al gángster Duke Mantee. Allí empezó a forjar su figura indefectiblemente asociada a un género: el cine negro. El propio Humphrey Bogart alguna vez confesó: “En mis últimas 34 películas fui tiroteado en doce, electrocutado o ahorcado en ocho, e hice de presidiario en nueve.”

En 1940, un año antes del reto más importante de su carrera, protagonizó una de sus películas más bellas y que marcaría el fin de una etapa: El último refugio, dirigida por Raoul Walsh, en la que ante un imponente escenario montañoso, el gángster que durante tanto tiempo había interpretado caía abatido por la policía y su pasado se apagaba bajo un amplio cielo desnudo.

En un comienzo, Casablanca no fue más que un intento de la compañía Warner Brothers de emular el éxito de Argel, de John Cromwell, una producción de Metro-Goldwyn concebida como una sofisticado historia de intriga y romance que adaptaba del filme francés Pepé le Moko. En vez de la casa argelina, se partió de la famosa ciudad marroquí durante el Protectorado francés. En medio de aquel enredo chispeante, el director Michael Curtiz solo tenía una certeza: el papel protagónico debían dárselo a Humphrey Bogart. La primera opción para acompañar a Bogart en el filme fue Ann Sheridan- a quien Curtiz ya había dirigido en Ángeles con caras sucias-, pero los guionistas Julius y Philip Epstein decidieron que la coprotagonista tenía que ser una “bella extranjera”. Al principio, optaron por la actriz de Argel, Hedy Lamarr, que tenía contrato exclusivo con MGM. Como el presidente de dicha compañía se negó a ceder a su actriz estrella, el productor Hal Wallis se inclinó por una actriz que recién estaba dando sus primeros pasos, la sueca Ingrid Bergman. Nadie en ese momento imaginó que aquella producción, que había sido el resultado de una serie de azares y circunstancias inverosímiles, sería recordada como una de las auténticas obras maestras de la historia del cine.

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