cultura

Las religiones en el mundo actual

Ninguna ideología tiene más antigüedad que los sistemas de creencias que son el credo de la mayoría de los habitantes del planeta.

Las dos religiones más poderosas afirman que son monoteísta -que creen en un solo dios- pero los cristianos adoran a 10 o 20 santos, a quienes sus fieles piden aquellas intervenciones llamadas “milagros”. Y los musulmanes, por su lado, usan para eso a sus miles de walis – los amigos de Alá-, presentes en la mayoría de sus fracciones. Y los hindúes, por ejemplo, no pueden ni contar sus innumerables dioses y divinidades varias.

Jamás, en sus cinco o seis mil años de vida, los dioses habían tenido tantos seguidores. Nunca había habido semejante cantidad de creyentes como en la actualidad: los cristianos de todo tipo eran 2.400 millones, los musulmanes 1.800 millones y los hinduistas 1.200 millones. Entre las cuatro religiones mayores reúnen unos 6.000 millones de personas: cien veces más que la población de la Tierra cuando esas religiones empezaron.

Un siglo antes todos pensaban que las religiones estaban muriendo. Sobre todo el Dios de los cristianos: la Gran Guerra había acabado con varios monarcas que lo defendían, la Revolución Soviética había su reino más poblado en un estado ateo. Y, más allá de esas caídas, millones se habían apartado de un dios que permitía tales carnicerías: en el mundo occidental multitudes abandonaron la superstición.

Pero los dioses sobrevivieron. En la tercera década del siglo XXI no hay nada más estable – más antiguo- que las grandes religiones: de las cuatro mayores, la más nuevo ya tiene más de milenio y medio. Ninguna otra ideología, ningún otro organismo de poder, ningún otro sistema de costumbres había durado tanto. Ni las estructuras de gobierno ni la economía ni las tecnologías: solo las grandes religiones siguen siendo las mismas, basadas en las mismas ideas.

La socióloga francesa Hervieu Leger explicó que los individuos se determinan religiosamente en función del interés personal que pueden encontrar en esta elección, ya sea en términos de bienestar psicológico, ya sea en términos de realización simbólica de sus condiciones de existencia. Erróneamente, muchos analistas interpretaron el descenso de la práctica y compromiso con iglesias y religiones tradicionales con un menor interés por lo religioso. Lo que sucede es exactamente lo contrario. La experiencia religiosa ha mutado notablemente, y en esta metamorfosis de lo sagrado nos encontramos con personas peregrinas que eligen en forma personal y subjetiva cómo vivir su vida espiritual, sin necesidad de mediaciones institucionales.

En ese sentido, las cruzadas de la iglesia católica implican la defensa de la familia tradicional contra todos los avances que esas familias y la sexualidad en general han venido experimentando: contra el divorcio, contra el matrimonio del mismo sexo, contra el aborto. Para imponer sus reglas han amenazado a sus millones de seguidores y se han valido del temor de muchos gobiernos que imaginaron que enemistarse con la iglesia católica, su sostén tradicional, era un riesgo mucho mayor que lo que era: cuando alguno lo hacía, el desafío no solía tener consecuencias.

Robert Francis Prevost, el nuevo Papa y sucesor de Jorge Mario Bergoglio, nació en la ciudad estadounidense de Chicago, Illinois, pero vivió más de 18 años en Perú. Llegó al país sudamericano en una misión agustiniana en 1985, tan solo tres años después de ordenarse sacerdote, y regresó en 1988 para dirigir el seminario agustiniano de la ciudad norteña de Trujillo durante diez años. El diario italiano La Repubblica lo llamó "el menos estadounidense de los estadounidenses" por la moderación de sus palabras. La idea de un papa norteamericano estuvo por siglos descartada en Roma. Según el sitio especializado Crux, tener un pontífice de la primera potencia mundial hacía temer además que la CIA pudiera meter sus manos en la Iglesia.

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