cultura
Papel para envolver verdura, lo nuevo de Fabián Casas
La vida cotidiana contada por una pluma corrosiva y tierna.
"Ensayos”, está escrito en la tapa con mucha seguridad. Como todos los énfasis, esa clasificación también es de dudosa eficacia. Quizá ser un discípulo reo de Montaigne –cuya sombra terrible es tan invocada a lo largo del libro– autorice a Fabián Casas a ser considerado ensayista. Aunque le hace más justicia considerarlo poeta. Ese es su ADN. Todos sus escritos tienen vista a la poesía, cualquier otro lugar en el que quiera situárselo, inevitablemente, huele a encierro en un monoambiente interno.
Papel para envolver verdura es un conjunto de textos escritos con humor y precisión, con una prosa despojada que no escatima las filigranas verbales cuando son necesarias. En todo lo que Casas escribe hay pensamiento, búsqueda y fulgor. Como él dice de Gombrowicz: “Nos ayuda a pensar precisamente porque no piensa como nosotros”.
Es un libro que se va transformando a cada párrafo, con la misma naturalidad de todo lo que está vivo. Es un tono coloquial que no teme, a veces, abrirse en un abismo o tener la intensidad de un rayo, como cuando recuerda al poeta y editor José Luis Mangieri.
Aficionado a contar el envés de todo lo visible, a poner extrañeza en los lugares comunes y en los convencionalismos entre los cuales nos movemos cotidianamente, en “Sobre la amistad en sus diferentes variables”, dice: “Algo que debería ser un sentimiento libre y espontáneo se vuelve estereotipado y repetitivo, como la maldita Navidad”. La batalla contra lo estereotipado y lo repetitivo es la obsesión de Fabián Casas.
En realidad, donde dice “obsesión”, debe decir “fiebre”. Porque como él dice: “Cuando uno está con fiebre, tenga la edad que tenga, está en la infancia”. Y de eso se trata, de recuperar el asombro y la rebeldía que se tiene de niño por el hecho de serlo. Luego lo olvidamos. Lo que los adultos llaman “crecer”.
Fabián Casas se atrinchera en su mirada infantil para delatar los agujeros negros dentro de nuestra zona de confort, y caer con nosotros a esas profundidades donde podemos reencontrar el verdadero nombre de cada cosa perdida.