CULTURA

Un hombre genialmente triste

Fernando Pessoa es el poeta portugués por antonomasia.

Fernando Pessoa tenía solo cinco años cuando su padre muere de tuberculosis. Al año siguiente, murió Hernán, su hermano menor. A partir de allí, su infancia estuvo definitivamente marcada por la tristeza. Y por la locura: su abuela fue internada en un manicomio de Lisboa.

Acorralado por el luto y la soledad, se fue a Durban, con su padrastro, el comandante Joao Miguel Rosa, cónsul portugués en Sudáfrica. Allí pasó su adolescencia ese jovencito delgado con los hombros caídos, la boca apretada con un imperceptible gesto melancólico y los ojos perdidos más allá.

Esa larga tristeza que fue su comienzo en la vida es la marca de agua de toda su poesía y que transmitió a todos los heterónimos en los que se desdobló. Una tristeza que solo por momentos conjuró Ophelia Soaeres Queiroz, una señorita de buena familia lisboeta, empleada en una de las empresas para las que él traducía, en inglés y en francés, cartas comerciales. Una tristeza que él volvió una de las poesías más luminosas y desasosegadas del siglo veinte.

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