Cultura

Una leyenda llamada Rodolfo Fogwill

Fue publicitario, profesor universitario, investigador de mercados, editor, empresario, especulador de Bolsa, estuvo en la cárcel por estafador, pero, por sobre todas las cosas, fue escritor.

Rodolfo Enrique Fogwill nació en Quilmes el 15 de julio de 1941. Su madre era descendiente de Martín Alonso Pinzón, el mayor de los hermanos que viajaron a estas tierras junto a Cristóbal Colón.
Se licenció en Sociología en la Universidad de Buenos Aires, donde ejerció la docencia. Su inicio en la escritura fue un poema, a los ocho años, en la escuela religiosa a la que concurría, y estaba dedicado a la Virgen de Fátima: “El poema era una porquería. Pero yo escribía, y en ese sentido siempre me creí mejor que el resto”.

Su primer libro, El efecto de realidad, lo publicó a los 38 años. Al año siguiente publicaría otro poemario, Las horas de citas. Para entonces, la literatura era para él un pequeño show privado, su actividad central era la publicidad y el marketing. Su agencia se llamaba Ad Hoc, estaba en la zona Norte de Buenos Aires, y con ella amasó una pequeña fortuna. Hizo slogans que pasaron a la historia, como “El sabor del encuentro”. Emilio del Guercio, bajista de Almendra y Aquelarre, era el director de arte. La escritora y periodista Sandra Russo, por entonces una adolescente, era la recepcionista, quien tiempo después, en un relato, recordaría ciertas experiencias profundamente desagradables que le tocó vivir allí.

Sabía del tremendo poder de la publicidad. En un artículo publicado en los años 70 a cuatro manos con Oscar Steimberg dicen: “Actualmente, la publicidad sirve para vender haciendo apetecibles los artículos de consumo, pero también es empleada para orientar conductas electorales, modificar ideologías políticas y sociales, desarrollar nuevas costumbres y difundir modas”.

En 1980 ganó un premio monetariamente importante por su cuento Muchacha punk, lo que lo llevó a pensar seriamente en dedicarse a la literatura, y tres años después publicó Los Pichiciegos, que es una de las grandes novelas sobre la Guerra de Malvinas. Una novela que fue escrita en una semana, en medio del conflicto bélico. Personajes –los Pichis– que carecen absolutamente de futuro, caminan hacia la muerte y solo pueden razonar en términos de supervivencia. El libro no tuvo un éxito inmediato, pero fue su obra consagratoria, la que le permitió en 2003 ganar la Beca Guggenheim y, al año siguiente, obtener el Premio Nacional de Literatura.

Creó su propia editorial de poesía, Tierra Baldía, que tuvo una efímera vida durante la cual se publicaron libros de Leónidas y Osvaldo Lamborghini, Néstor Perlongher y Eliseo Verón. La editorial se cerró cuando Fogwill se quedó sin plata.

Una escritura filosa en incisiva

Su estilo era provocador e incisivo, su lengua filosa solía ensañarse con sus colegas. Hizo un culto de la irreverencia y una compulsión por derribar estatuas. En cada una de sus mudanzas depuraba su biblioteca, tirando cientos de libros. Se apresuraba a hacer lo que el tiempo hace más lentamente: salvar los libros que considera valiosos.

Para él, escribir era una forma de pensar: “Escribo para sentirme más dueño de mis actos que si solo leyera y obedeciera a los estímulos del mundo”. Sus narraciones avanzan por secuencias, como en el cine, en una exploración vital donde las cosas y los seres siempre parecen a punto de caerse. Se ilusionaba con que sus libros se parecieran a las películas de Robert Bresson. Sus historias tienen la textura de los sueños: “El hombre que no sueña no puede escribir. Aunque muchas veces los sueños son repugnantes”.

Murió a los 69 años, el 21 de agosto de 2010, dejando una veintena de libros publicados. En su departamento del barrio de Palermo, sobre su caótico escritorio, se encontraron numerosos escritos inéditos, algunos de los cuales fueron publicados póstumamente, entre ellos dos novelas y un diario de sueños.

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